65.000 km en moto y con una gata
“Mi objetivo es crear un vínculo humano con la gente de cada lugar que visito”, dice Jessica-Jeanne Marchetto, Jessy, al explicar lo que la motiva a viajar en su “vuelta al mundo, sola, en moto, para compartir los beneficios del yoga y los valores de la solidaridad”.
Profesora de yoga formada en India, esta parisina de 41 años decidió, hace media década, emprender un viaje por el mundo con el fin de difundir y compartir el bienestar que se obtiene de esa práctica milenaria “que conecta el cuerpo, la respiración y la mente” mediante “posturas físicas, ejercicios de respiración y meditación”.
“Quiero conocer personas que ejecuten acciones desinteresadas como la naturaleza que, por sí sola, es generosa. No vives de tu dinero, vives de tu respiración. Experimentas toda esta energía de llegar a estas cosas que son desinteresadas, pero que, de hecho, nos nutren a todos”, asegura.
Apariencias engañosas
Ese propósito surgió a partir del hastío de un tren de vida en el “que ganaba mucho dinero y parecía ser una mujer de éxito, pero era todo mentira porque siempre estaba haciendo cosas para quedar bien, y me sentía vacía”. Así, Jessy decide viajar a la India y aprender yoga. Lo logra, se enferma con cólera, la hospitalizan, se cura y, ya repuesta, alquila una moto con la que se desplaza más lejos de lo previsto y redescubre la libertad que da viajar en ese vehículo.
Y entonces concibe la idea de partir por el mundo en moto, dar clases de yoga, “donar el 50 por ciento de lo que recibo de mis clases a un proyecto en cada país para crear una cadena humana, para no perder esta dinámica que me parece importante, para retribuir y compartir un bienestar que va mucho más allá del mío”.
Partir
Jessy cuenta que ahorró durante siete años con el fin “de pagar este viaje que, en principio, estaba planificado para pasar menos de un mes en cada país, llegar a la capital, contactar una organización donde se practique yoga, dar unos cursos y partir”.
“Inhala, exhala, mantente en esta conexión contigo misma y también con los demás, sin esperar nada a cambio. Ése es el ejercicio de hacer cosas gratis. Libre en el sentido de dar, participar y confiar en la vida, de ver cómo evolucionan las cosas”, expresa.
Y partió de Francia hacia Italia y los países del sureste de Europa. Su plan era ir primero a Asia, pasar por “India, que amo y que es como un hogar”, continuar por Estados Unidos y terminar con Sudamérica y África. Pero surgió la pandemia de Covid-19 y la guerra entre Azerbaiyán y Armenia. Además, no le dieron visa de ingreso a Irán porque “era mujer, viajaba sola en moto con un gato y tenía la intención de dar clases de yoga”.
Ese concurso de circunstancias cambió sus planes y su itinerario, entonces, decidió viajar por África. Desde Turquía subió a bordo de un barco su moto, una BMW F650GS, de 2002, con rumbo a Alejandría, una ciudad al norte de Egipto, y ella tomó un avión hacia el mismo destino.
Compañera de viaje
Jessy llegó a Egipto sola y partió de allí acompañada de Bastet, la gata que viaja con ella desde mayo de 2021. La encontró, cachorra, en un basurero de Alejandría.
“Los animales son sumamente importantes para el ser humano —dice— y eso también es lo que la vida y el proyecto trajo a mi camino: un gato”.
No es su primer felino viajero; tuvo otro durante los primeros dos años de su proyecto, hasta que lo perdió en Turquía por una mala atención veterinaria.
Jessy y Bastet no se separan casi nunca. “Ella se lleva toda la atención de la gente cuando les hablo de mi proyecto y también requiere mucho cuidado, pero al mismo tiempo transmite su energía a las personas, se conecta con ese niño interior que tiene cada ser humano y eso es lo que me gusta. Además, su presencia completa el sentido de lo que estoy haciendo y tiene total sentido con el proyecto”, comenta.
Fortaleza
“Creo que para viajar por el mundo sola y en moto realmente hay que tener una gran fortaleza, muy establecida y el objetivo que ella tiene de llevar yoga a los confines del mundo es una acción admirable”, dice María Eugenia, Magena, Badani, instructora de yoga y doula activa en las ciudades de Cochabamba y Santa Cruz.
“Es la fortaleza que da el yoga —agrega— a medida que vamos interactuando con nuestro cuerpo, nuestra vitalidad, nuestra energía, se abren otros espacios para poder dar a las personas lo mejor que tenemos y lo que hemos construido durante mucho tiempo”.
Una fortaleza que es evidente en Jessica Marchetto, no sólo al verla, pequeña como es, montada en una moto de 200 kilos, sin carga, sino también cuando cuenta las peripecias de su largo viaje.
Desde la custodia policial en Egipto, “porque al Gobierno de El Cairo le interesaba que nada malo (le) ocurra”, hasta la corrupción de los agentes del orden en Zambia, o la advertencia de las autoridades de Sudán del Sur “que no se hacían responsables de lo que podía pasar” en ese territorio en guerra que prefirió evitar.
Jessica está en Bolivia desde hace dos meses, la mayor parte de ese tiempo estuvo en Cochabamba, donde llegó desde Uyuni luego de un accidente —el primero en cinco años— que tuvo cerca del Salar. Desde Cochabamba partió hacia La Paz, “por la ruta Nº 25”, un camino de tierra que une ambos departamentos, pasando por Independencia, donde hizo yoga con la gente del lugar. Al cierre de esta edición, ella estaba entre Chulumani y La Paz. Quienes deseen darle su apoyo pueden contactarla por WhatsApp al móvil +33 7 83 75 45 72.