Solsticio intocable
Todos los días se alza el Sol por detrás del horizonte. Esa es una verdad indiscutible para nuestro país y zona. Pero hace unos días, el 21 de junio, el sol apareciendo sobre nuestras montañas tiene un significado distinto.
¿De qué estamos hablando?
El Año Nuevo Andino Aimara Amazónico, como se lo ha llamado en esta versión, es la representación regional de un evento astronómico totalmente independiente del quehacer humano: el solsticio. Sin embargo, su existencia marca los ciclos estacionales y agrícolas que los seres humanos festejamos desde hace miles de años. Aquí, en nuestro hemisferio sur, encuentra a las personas en la época fría, por lo que es llamado (en términos específicos) el solsticio de invierno.
Desde Asia hasta Latinoamérica, pasando por Europa y Oceanía, el rito al Sol ha inspirado construcciones, religiones, rituales y festividades. Famosos lugares, como Stonehenge y las pirámides egipcias son manifestaciones de la adoración humana al Sol, además del profundo conocimiento que los seres humanos han desarrollado alrededor de él. Y en Bolivia, nuestras culturas precolombinas crearon su propia forma de festejo, reinvención y circularidad.
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Antes de que el viejo continente desembarcara en esta tierra, la festividad de renovación construida alrededor del solsticio ya se festejaba en las muchas culturas de lo que hoy es Bolivia. Establecido como el nuevo año y el retorno del Sol, esta fecha tiene una profunda importancia para la cultura, tradición y arte boliviano. Tradiciones que han sobrevivido al paso del tiempo, siendo enseñadas de padres a hijos y manteniéndose incluso en momentos oscuros de nuestra historia.
Con esto en mente, Una Gran Nación (junto a Paceña y con el apoyo de BoA) sale en una aventura altiplánica para asistir al evento realizado en Tiwanaku en el departamento de La Paz. El equipo fue conformado por Rodrigo Lema, Andrés MacLean, Pablo Oh, Sashsa Vásquez, Gabriel Vargas, Yenka Algarañaz y Luciel Izumi, quienes estuvieron presentes en el ritual andino de recibimiento del “nuevo Sol”.
Entre las antiguas construcciones del Templo de Kalasasaya, centenares de personas (cantidad que en otros años ascendió a más de 1.500 participantes) levantan las manos para sentir los primeros rayos del sol en las palmas. El astro se levanta sobre las montañas, extendiendo potentes hilos dorados hacia la tierra, la primera luz de un nuevo ciclo. Es en este instante que la antigua conexión se realiza, ya sea de manera ritual, para los creyentes, o de manera simbólica, para los demás.
Durante un momento, el silencio reina y es la historia la que habla. Historia tan profunda que apenas llegamos a vislumbrar la antigüedad de la que surge. Segundos en los que el pasado, el presente y el futuro parecen desviarse de su recorrido normal y centrarse en un solo instante de conexión entre la naturaleza y el ser humano.
Porque hay algo que Una Gran Nación tiene en claro: la festividad del solsticio es un recuerdo de armonía y unión con nuestro ambiente. Es la adoración del ciclo natural de las cosas, de la agricultura, de la vida y el paso del tiempo. Esta forma de ver el mundo no pertenece solo a un grupo de personas, a una etnia o a una ideología, sino que surge de las entrañas de la humanidad, manifestándose a lo largo y ancho de nuestro mundo, encontrando nuevas maneras de unir a la Tierra con sus habitantes.
Bajo esta mirada, el Festejo del Solsticio de Invierno, como manifestación cultural en Bolivia, hoy es un eco lejano, opacado por capas y capas de discursos, intereses, manipulaciones e imposiciones. Encerrado en un estereotipo, este ritual milenario se realiza alejado de su propia gente.
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Con la presencia de unos pocos, Tiwanaku observa, frío, una versión a medias de un antiguo momento sagrado. Las personas han cambiado. Entre los presentes, quedan pocos que realmente aprecian la enorme belleza del Año Nuevo en Kalasasaya, pocos que han escuchado y vivido esta celebración en conexión con sus raíces, celebrando el momento y no el contexto. Separando la situación actual del recuerdo y preservación de una cultura.
Sin embargo, hay algo que la actualidad, la política o el interés no pueden manchar. Entre la oscuridad altiplánica, en el frío viento de la altura, aparece un rayo, que conecta con la tierra. Las caras talladas en la Puerta del Sol, imágenes de los antiguos dioses, tienen los ojos fijos en el horizonte y observan, una vez más, cómo el primer rayo de sol cruza el cielo. En perfecta simetría con las construcciones y altares tiwanacotas, el Sol avanza por su recorrido, imperturbable, ajeno a las diferencias y conflictos mortales.
Y es que, si nos aventuramos hasta el centro mismo de esta celebración, nos encontramos con un solo instante que está completa y absolutamente fuera de nuestro control. Un instante que solo podemos presenciar, intocado por manos humanas. Un movimiento celeste, que estuvo ahí antes de que el ser humano apareciera y que quedará mucho después de nuestro último aliento.
Tal vez, en ese momento, el boliviano puede detenerse, mirar alrededor y apreciar la grandiosa belleza de nuestro país. Entender que todos estamos bajo el mismo Sol y que juntos podemos hacer que Bolivia sea Una Gran Nación.
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