
EN VOZ ALTA
Diciembre, cierre de año. Desemboque cubierto por los oscuros nubarrones de la crisis estructural provocada por el régimen erigido sobre la base del resentimiento y la mentira, hace casi 20 años, en su apuesta empobrecedora. Sombras sobre el caminar de la gente sobreviviendo a escaseces y precios en ascenso, a la falta de empleo y de oportunidades, a la inseguridad y la anomia durante casi 12 meses sucesivos a los previos que anunciaban ya la negativa dirección de los vientos. Con carga combinada de algunas satisfacciones y muchos pesares. Más que siempre.
Año 1994, primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada. Tiempo de democracia. Auténtica. Imperfecta. Con derechos humanos y garantías efectivas, con independencia de poderes, pluralidad de pensamiento y de actores. Con libertad. Democracia perfectible mediante la acción política en igualdad de condiciones, parte ordinaria de su decurso. Vía los recursos institucionales previstos por el derecho. En Estado de derecho. Fuera de alharacas y parafernalias.
1984, novela de George Orwell. En su título invirtió los últimos dígitos de 1948, año cuando la escribió. Contexto tétrico el descrito por Orwell en sus páginas. Con mirada profunda extendida a los albores del totalitarismo soviético, lo desmenuza para sostener así su predicción apocalíptica, aventurando plazo de su propagación y, con ella, de condena de la libertad en Occidente. En su seno materno. Nuestro mundo.
A ser eso se nos condenó en 2006. A moros y cristianos. A simples personas, jefes de sigla, senadores o diputados, aspirantes a candidato, dirigentes de organizaciones o representantes de instituciones, autoridades o miembros de los niveles “deliberativos y de fiscalización” de entidades territoriales “autónomas”, comunicadores sociales o “analizadores”, cambas, chapacos o collas, empleadores o empleados, citadinos o campesinos…
En 2019 publiqué en el extinto periódico Página 7 el texto “Partidos y enteros”. En él compartía la convicción de que la recuperación de la democracia requería “hacer partidos para estar enteros”, asumiendo que los partidos cumplen funciones indispensables para la vida social y la existencia del Estado desde una perspectiva opuesta a toda forma de autocracia.
Al indignado “Bolivia dijo no” erupcionando desde los corazones para hacerse grito estentóreo exiliando de las calles al tirano que había pisoteado la voz del pueblo sentenciando el 21f, le siguió la certeza de que se le derrotaría en las urnas. Cuando el fraude se hizo evidente abrió paso al clamor de la protesta reclamando “mi voto se respeta, carajo”, combinado con la saya de la resistencia: “¿Quién se rinde? ¡nadie se rinde! ¿quién se cansa? ¡nadie se cansa! ¿Evo de nuevo? ¡huevo, carajo!”
Bolivia vive en crisis permanente, marchando al abismo para detenerse, desandar camino y reemprenderlo en igual dirección. Una y otra vez. Como un adicto a la adrenalina, “la hormona del estrés”, indispensable para vivir. A veces, hasta morir. Al final del siglo XX, esa incesante dinámica se alimentó de resentimientos nuevos, invencibles. Como el racial.
El 13 de octubre fue instituido como día del abogado boliviano por Ley N° 903 de Víctor Paz Estenssoro, el 12/12/1986. La fecha fue elegida en homenaje a la creación de la primera Facultad de Derecho en el territorio hoy boliviano, en 1681, como parte de la Universidad Mayor, Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca. Años antes, la Federación Boliviana de Abogados había consagrado el 27 de julio a los abogados del país, recordando el nacimiento de Don Pantaleón Dalence, preclaro jurista boliviano.