Historia. Cómo transformaron las bicicletas nuestro mundo
Aunque la historia no se repita, sí que rima. Con el aumento de la demanda de bicicletas y con los preparativos de varios países para invertir miles de millones en rediseñar sus ciudades centrándose en peatones y ciclistas, vale la pena recordar cómo la aparición de las bicicletas a finales del siglo XIX transformó las sociedades de todo el mundo.
Fue una tecnología muy disruptiva, puede que equivalente al smartphone actual. Durante unos años embriagadores de la década de 1890, la bicicleta fue imprescindible, un medio de transporte veloz, asequible y estiloso que podía llevarte a cualquier parte, en cualquier momento, gratis.
Casi cualquiera podía aprender a andar en bici y casi todo el mundo lo hizo. El sultán de Zanzíbar empezó a andar en bicicleta. También lo hizo el zar de Rusia. El emir de Kabul compró bicicletas para todo su harén. Pero fueron las clases medias y trabajadoras del mundo las que realmente hicieron suya la bicicleta. Por primera vez en la historia, las masas eran móviles y eran capaces de ir y venir a su antojo. Ya no necesitaban los caros caballos y carruajes. El “jamelgo del pueblo”, como se denominaba la bicicleta, no era sólo ligero, asequible y fácil de mantener, sino también lo más rápido de la carretera.
¿Quién inventó la bicicleta?
La persona a quien se suele atribuir la invención de la bicicleta moderna fue un inglés llamado John Kemp Starley. Su tío, James Starley, había desarrollado el biciclo en la década de 1870. Como sospechaba que la demanda de bicicletas podría aumentar si no fueran tan rudimentarias y peligrosas, en 1885 este inventor de 30 años empezó a experimentar en su taller de Coventry con una bicicleta con cadena y con dos ruedas mucho más pequeñas. Tras probar varios prototipos, terminó la bicicleta de seguridad Rover, un artilugio de 20 kilos que se parecía, más o menos, a las bicicletas actuales.
Cuando la desveló en una muestra de bicicletas de 1886, el invento de Stanley se consideró una curiosidad. Pero dos años después, al fusionarla con el recién inventado neumático (que no sólo amortiguaba el viaje, sino que también hacía que la bicicleta de seguridad fuera un 30 por ciento más rápida), el resultado fue mágico.
Los fabricantes de bicicletas de todo el mundo intentaron ofrecer sus propias versiones y aparecieron cientos de nuevas empresas para satisfacer la demanda. En el Stanley Bicycle Show de Londres en 1895, unos 200 fabricantes de bicicletas exhibieron 3 mil modelos.
Uno de los mayores fabricantes fue Columbia Bicycles, cuya fábrica en Hartford, Connecticut, podía producir una bicicleta por minuto gracias a su cadena de montaje automatizada, una tecnología pionera que algún día se convertiría en el sello distintivo de la industria del automóvil. Columbia, una compañía pionera en un sector en auge, también ofrecía a sus empleados aparcamientos para bicicletas, taquillas privadas, comidas subvencionadas en la cafetería de la empresa y una biblioteca.
La demanda insaciable de bicicletas dio lugar a otras industrias (rodamientos, alambre para los radios de las ruedas, tubos de acero, fabricación de herramientas de precisión) que modificarían la industria manufacturera mucho después de que la bicicleta quedara relegada a las tiendas de juguetes.
El efecto dominó también se extendió a la publicidad. Encargaron a los artistas que creasen pósteres preciosos, lo que abrió las puertas de un mercado lucrativo para los procesos de litografía recién desarrollados que permitían imprimir en colores vivos.