La importancia de una buena representación política
El buen funcionamiento de la democracia dependerá siempre de la calidad de los representantes que conforman el Parlamento. Esa calidad determinará que la democracia, como la mejor forma de gobierno, alcance su plenitud, o se pervierta y degenere.
En el nacimiento de la democracia, en Atenas, por el número reducido de ciudadanos se prescindió de los representantes. Los ciudadanos decidían directamente los asuntos de la polis.
Después, en la antigua Roma, se implementó la representación. Los ciudadanos elegían a sus representantes para el Senado, donde se legislaba y se tomaban decisiones para el conjunto. La República romana dejó ese legado.
Luego, en la Edad Media, los señores feudales se atribuyeron la representación de los vasallos y de la plebe. Aunque después, de acuerdo con sus intereses, implementaron representaciones exclusivas para el clero y la nobleza. Los parlamentos medievales tomaban decisiones en nombre del reino.
Posteriormente, las revoluciones estadounidense y francesa sentaron las bases de la representación. Al eliminar el poder absoluto del rey, dan lugar al nacimiento del Estado moderno, basado en la elección de representantes parlamentarios. A partir de entonces, la soberanía del pueblo se ejerce a través de los representantes elegidos en las urnas. En el Siglo de las Luces, las teorías desarrolladas por John Locke y Jean Jacques Rousseau, sentaron las bases de la representación política moderna.
Si bien la soberanía reside en el pueblo, serán sus representantes, a instancias de un contrato social, quienes tomen las decisiones. Esto da lugar al nacimiento de la democracia representativa. Esta forma de democracia, se consolidará en los siglos XIX y XX, cuando se expande el sufragio universal para elegir a los representantes.
Si bien surgen otras formas de representación, será la elección de representantes, por intermedio de partidos políticos, la que tendrá un patrón predominante en todas las democracias liberales del mundo.
Desde el siglo XX, entonces, la representación se constituirá en un tema central en la teoría y práctica política. Las reflexiones teóricas redundarán en torno a la mejor manera de garantizar una representación efectiva y legitima.
Muchas reflexiones confluirán en la calidad y en el papel de los representantes, cuya acción debe mediar los intereses de la sociedad civil con el Estado. Los representantes, en ese sentido, tienen que ser los portavoces de las necesidades de sus representados, contribuyendo de ese modo al funcionamiento justo y receptivo del sistema político.
Ahora, claro, la representación política es un proceso dinámico, en constante evolución y adaptación a las siempre cambiantes condiciones sociales y políticas.
Sin embargo, es de fundamental importancia que todas las “partes” de la sociedad estén representadas, incluso los grupos minoritarios.
En nuestro país, en una primera etapa, la representación política asignada en escaños parlamentarios —en ambas cámaras: de Senadores y de Diputados— se definía de acuerdo con el número de votos que obtenían los candidatos presidenciales. Eran elegidos por plancha.
Esto cambió sustancialmente con las reformas parciales a la Constitución implementadas en las elecciones de 1997, cuando se introduce la representación territorial en la composición de la Cámara Baja. De los 130 diputados, 65 serán elegidos en circunscripciones uninominales. Esta reforma cambiaría radicalmente el mapa político, provocando un empoderamiento de los territorios locales a través de la elección de sus propios representantes.
La nueva Constitución mantiene esa lógica de representación proporcional y territorial, incluyendo, además, siete escaños para representantes de naciones indígenas y a los afrobolivianos. En ese sentido, de los 130 escaños de la cámara de Diputados, 63 son uninominales, 60 plurinominales y siete de circunscripciones especiales. Con esta nueva configuración, se intentará mejorar el sistema de representación, aunque sin incluir representantes para las 36 naciones reconocidas en la Constitución del Estado Plurinacional.
Con la presencia de representantes de todas las “partes” del pueblo, el funcionamiento del sistema político y la democracia tendría que ser relativamente bueno. Sin embargo, los resultados reflejan todo lo contrario. Está claro que no ha fallado la ingeniería constitucional.
Nítidamente, la falla radica en la calidad de los representantes. Desde la incorporación de la representación territorial, no hubo cualitativamente ninguna mejora. Tampoco, desde la implementación de la nueva Constitución. En absoluto, no rescato a ningún buen representante, sean del Movimiento al Socialismo (MAS) o de las fuerzas políticas opositoras.
Todos los seleccionados, en primera instancia, por los jefes políticos y luego elegidos en las urnas han sido una total decepción, por no decir, un verdadero asco. Ninguno asumió su verdadero rol. Se alejaron de las demandas de sus representados, priorizando sus propios intereses, al punto de negociar todo. Algunos, ni siquiera son leales con sus jefes ni sus partidos. Es común escuchar que, por los pasillos del hemiciclo parlamentario, circulan extraños “maletines negros”.
En calidad, siempre fueron mediocres y detestables, con título o sin título. Sin embargo, los últimos, elegidos en 2020, se “llevan la flor”. La calidad del Parlamento actual fácilmente puede ser ilustrado con la figura de una nauseabunda “letrina”.
En estas próximas elecciones, los lideres políticos, tienen, otra vez, la oportunidad de cambiar este calamitoso panorama. Si realmente quieren mejorar la democracia, seleccionen, con indicadores de excelencia, a sus candidatos a senadores, diputados uninominales y diputados plurinominales. Que no sean producto de cínicas transacciones comerciales y detestables cuoteos.
Está en sus manos cambiar y mejorar la representación política. Dejen de ser estúpidos.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón
Columnas de ROLANDO TELLERÍA A.