Más ganado y menos fauna silvestre: un manifiesto contra la defaunación
En 2024 el Instituto Nacional de Estadística (INE) lanzó dos datos de récords de población a nivel nacional: los habitantes de todo el territorio boliviano llegaron a 11.316.620. Por otra parte, el stock de cabezas de ganado bovino en todo el territorio nacional llegó a 11.099.476, haciendo una relación de 0,98 animales por persona.
Esto nos posiciona como el quinto país de la región con más reses per cápita, luego de los grandes ganaderos: Uruguay (3,45), Paraguay (2,2), Argentina (1,2) y Brasil (1,2), según datos del Departamento (ministerio) de Agricultura de EEUU (USDA por sus siglas en inglés).
Técnicamente estamos en una relación de 1 a 1 en el inventario vacuno-humano, lo que demuestra un acelerado ritmo de las tasas de crecimiento del hato bovino, sobre todo en el caso de la ganadería de Santa Cruz, que sobrepasó el 5% anual los últimos cuatro años: 4,9 millones de reses (y 3,1 millones de habitantes), desplazando a Beni con 3,3 millones (y 477 mil habitantes).
Este crecimiento en la reproducción ganadera es inédito en nuestra historia, y es coherente con el plan de gobierno de la Agenda Patriótica, que proponía llegar incluso a un inventario de dos cabezas de ganado por habitante en 2025. Es decir, es una medida política de control agresivo de la reproducción animal con fines capitalistas.
En primer lugar está el comercio internacional de commodities (materias primas): Bolivia exporta semen congelado y embriones bovinos a siete países, y casi una centena de grandes estancias cruceñas —apenas dos benianas— exportan carne seleccionada sobre todo a China.
En segundo lugar está el modelo de explotación animal: para engordar vacas en menos tiempo (deben ser faenadas en dos a tres años) y producir más carne, se debe aumentar la tasa de extracción, que se mantenía en 15% hasta el inicio de las exportaciones a China. Esta tasa se calcula de acuerdo con la cantidad de ganado que se puede vender por cada 100 cabezas, por eso es tan urgente aumentar los nacimientos, con mejora genética y un modelo de engorde altamente extractivo, y cruel en términos de bienestar animal y equilibrio ecológico.
El engorde es medido a través de la ganancia de peso diario (GDP), que en el modelo cruceño tiene un promedio general inicial de 0,342 kg UA/día (Unidad Animal por día), que se va incrementando de acuerdo con el destino del ganado, pero puede superar los mil gramos UA/día (Jica y Cadex, 2020). El alimento balanceado para este modelo de engorde contiene al menos: solvente (harina de soya), sorgo molido, afrecho de maíz, de arroz y de trigo, maíz en grano, arrocillo y cascarilla de soya. Abundante literatura vincula la producción de estos granos con el avance de la deforestación e incendios forestales para el cambio de uso de suelos; a lo que hay que sumar la reconversión de pasturas naturales a pastos cultivados; y el aumento de la carga animal por hectárea, con ello las emisiones de metano y aguas grises contaminadas.
A esto se debe añadir otro problema central: la ganadería es una actividad que incrementa los conflictos entre humanos y vida silvestre, de los que el ejemplo más catastrófico son los biocidios de jaguares para preservar el ganado. De hecho, el 75% de las muertes de felinos silvestres en el mundo es producto de la cacería humana, mucha de esta en revancha, según la Sociedad para la conservación de la vida silvestre (Wildlife Conservation Society, WCS) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, 2021). Así, mientras se monta todo un modelo político y económico para acelerar el crecimiento de solo una población animal de exportación (la bovina), ocurre todo lo contrario con la fauna silvestre; al punto de ser un pasivo ambiental del modelo de desarrollo.
Los últimos seis años, los incendios forestales han disparado la muerte de miles de millones de animales silvestres en el país. El biólogo Vincent Vos calculó que en las primeras seis millones de hectáreas (ha) quemadas en 2024 perecieron por lo menos 10 millones de animales (entre mamíferos, reptiles, anfibios y aves), además de miles de millones de insectos. El fuego del año pasado afectó más de diez millones de ha, lo que fácilmente podría duplicar esa dramática estimación.
En los incendios de 2023, sólo en la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Tacana I en San Buenaventura y la TCO San José de Uchupiamonas, en el Madidi nos reportaron la pérdida de al menos 20 especies de animales del monte —parte de la dieta alimentaria en las comunidades—, entre los principales: jochi, taitetú, monos, jaguar, venado, tatú, pava, tejón, perdiz, tapir y tortugas. Sin depredadores naturales insectívoros, también vimos eventos de plagas de gusanos y polillas en los cultivos en todo el norte amazónico de La Paz; por lo que muchas familias incrementaron su vulnerabilidad alimentaria.
Estudios recientes advierten que la pérdida masiva de fauna silvestre está apresurando las categorías de riesgo de extinción para varias especies, y con esto la reducción de su aporte a los ciclos ecológicos humanos y no humanos (Dirzo et al., 2015).
Así como la deforestación es un problema político y ambiental urgente, también lo es la defaunación: sabemos que los conductores de pérdida de bosque son la agricultura y la ganadería comercial, y ahora vemos su nexo con la pérdida de fauna. En 2024 llegamos a tener 11 millones de vacas para engordar y el mismo año perdimos esa cantidad de mamíferos silvestres en los bosques de Bolivia.
Columnas de MARIELLE CAUTHIN