El espíritu de la Navidad
En dos días más es Noche Buena, y en tres, Navidad, la fecha más importante del calendario litúrgico cristiano, pero no solamente, pues lo que hace que esta celebración sea tan especial es que ha trascendido a través de siglos hasta constituirse en una de las fiestas más importantes del año en gran parte del mundo, incluidos los países que son ajenos a la influencia de la doctrina cuyo origen se conmemora hoy.
En efecto, como es fácil comprobar en estos tiempos cuando la tecnología hace cada día más difusas las fronteras físicas y culturales, la Navidad es la única fiesta que ha logrado trascender el paso del tiempo y los límites geográficos, pasando de generación en generación y adaptándose a cada época y a cada lugar hasta consolidarse como la fiesta que hoy conocemos.
Tan singular vigor tiene antecedentes que se remontan a épocas precristianas.
Ya en tiempos anteriores al nacimiento de Cristo, entre el 17 y el 24 de diciembre los antiguos romanos hacían un paréntesis en su rutina cotidiana para celebrar las Saturnales, fiesta cuyo principal rasgo era el generoso intercambio de regalos y alimentos, en medio de opíparos banquetes, todo como parte de los preparativos para la inminente llegada del invierno en el hemisferio norte.
Ha sido probablemente ese origen, donde los límites entre los dogmas de la fe y las costumbres seculares se hacen tan difusos, lo que hizo posible que esta fiesta haya llegado hasta nuestros días, manteniendo tan vigorosos los diversos elementos de los que se nutre.
Así se explica que hoy no sólo quienes profesan la fe cristiana abran durante estos días un paréntesis en el tiempo para entregarse al simbolismo del que esta fecha se nutre desde sus diversas vertientes.
Ese simbolismo, que es el que da especial trascendencia a estos días, está relacionado con la natural necesidad humana de reflexionar sobre los valores fundamentales de la vida, como la solidaridad, el compromiso y la lealtad, que son y han sido compartidos por la humanidad desde sus más remotos orígenes.
Es precisamente el carácter universal y atemporal de los valores en los que se inspira el espíritu navideño, tanto en su vertiente pagana como en la cristiana, los que obligan a reflexionar —tanto a los creyentes como a quienes no lo son— sobre el riesgo de que la fiesta se reduzca a una vorágine de consumismo desenfrenado, y sobre la necesidad de revalorizar el sentido tradicional de la celebración. Un sentido mucho más ligado a la austeridad que al derroche, a la solidaridad que a la ostentación.
¡Feliz Navidad!