Victorias pírricas
Pirro, rey de Epiro, venció a los romanos en la Magna Grecia en el 280 antes de Cristo. Luego de dos años, volvió a derrotarlos, pero en ambas batallas su ejército había sufrido tan graves pérdidas que en realidad su victoria no le sirvió de mucho y podía decirse más bien que equivalía a una derrota. Desde entonces a ese tipo de triunfo se le llama victoria pírrica.
Exactamente así, entre marchas, bloqueos, amenazas, advertencias, sentencias, cercos y movilizaciones sociales de sus huestes y ramas anexas, Juan Evo Morales Ayma acumuló victorias pírricas a lo largo de su subversiva y autoritaria carrera como dirigente cocalero y presidente del país.
Se afianzó, lo empoderaron y al final llegó a la presidencia de la República, gobernando el país desde el 22 enero de 2006 al 10 noviembre de 2019.
La historia es imprescriptible, no se borra ni desaparece. La historia permanece en la memoria de los habitantes. Es la espada de Damocles que siempre pende sobre el cogote de los desleales.
Siguiendo la cronología pírrica de sus acciones, antes que sus razones, la deconstrucción política de Morales jamás respondió a un liderazgo aglutinador, colectivo y democrático en busca de una unidad nacional.
Su retórica nunca estuvo fijada a un concepto articulador que pudiera unir oriente con occidente, urbanos y rurales, campesinos y citadinos. Siempre estuvo presente su dedo desarticulador que indicaba la sentencia sobre los sectores sociales que no estuvieran a favor de sus mandatos, sus imposiciones o sus propias leyes.
Evo Morales es el fiel reflejo del jefe que impone, dispone y depone. Una lectura sociológica ligada a un neocolonialismo interno donde conviven, a contrapelo, una subordinación social voluntaria e involuntaria al mandamás y un uso humillante de las libertades, el disenso y el libre albedrío en desmedro de su masa social, siempre utilizada como coartada de una “representación democrática del pueblo”.
Morales es el patrón del MAS que se tejió así mismo una textura política tupida y vertical. En una Bolivia todavía abigarrada y con cicatrices imborrables del colonialismo. La figura de un hombre que implanta una fuerte convicción de víctima, irradia también sobre sus masas una errónea idea de odio, racismo y exclusión hacia lo citadino, la clase media e intelectual. Una suerte de, salvando las distancias, conflictos sociales y políticos entre hutus y tutsis.
Evo, jamás respondió a la razón. Su trayectoria como dirigente cocalero único e insustituible, y su discurso monolítico, le enseñaron a no pactar, a no consensuar, a no dialogar en el marco de los reglamentos democráticos en los que sin duda alguien tiene que ceder pero que, pese a ello, esas concesiones deben estar sujetas a los beneficios sociales y colectivos del país.
Su marcha por el desorden y la subversión que concluyó en La Paz el pasado 23 de septiembre, no fue del MAS, ni de sus huestes, fue la marcha del jefazo: de Evo, con Evo y para Evo.
Una suerte de relanzamiento político pírrico del caudillo que pretende rememorar sus primeros pasos en su labor como dirigente cocalero.
Más que una marcha fue una peregrinación, un recorrido casi de penitencia hacia un fin claro: imponer la voz y la presencia del mandamás, reposicionar el tótem y el tabú que representa la efigie de Morales en el MAS. Su intención más nefasta para romper su inhabilitación a la candidatura de 2025 y, desde luego, pretender desestabilizar el gobierno del que, en momentos gratos, fue su ministro de Economía.
Mientras se levantaba la bandera a cuadros a su marcha, otros demonios danzaban en el averno de la inverosimilitud y la distopía hilarantes: lentes oscuros de sol, sombrero de cowboy, mirada risueña de exjeque, y un ímpetu que le hacía suponer al jefazo un éxito rotundo en su empeño por joder al país.
Más tarde y como para desquiciar por completo a las mentes más lúcidas. Aparece la escena en la que Morales, montado en una vagoneta blanca, seguía su marcha, paso a paso, hacia La Paz.
¡El batacazo no se dejó esperar!
El gobierno denunció que el patrón del MAS estaba utilizando una vagoneta de lujo, valuada en 90 mil dólares de una familia vinculada al narcotráfico.
Vaya incoherencia. Mientras sus huestes caminaban sin cesar, sudorosos y lanzando consignas, Evo lo hacía desde el cómodo sillón de una lujosa vagoneta, mirando, especulo, extasiado, cómo sus tropas de combate, avanzaban hacia la última batalla por reivindicar el honor de su líder y dizque para “salvar a Bolivia”.
No bastaron 14 años de gobierno evomasista para demostrar que el enemigo principal estaba (está) enquistado en el Estado. Como un caballo de Troya introducido en medio de la noche al centro de la institucionalidad democrática del país.
Evo Morales es hoy, siempre lo fue, un auténtico caballo de Troya dentro del gobierno. Mimetizado, disfrazado, solapado, oculto, ladino y taimado. Su discurso repetitivo e insufrible caló hondo en su entorno. Todo su aparato político y estratégico siempre tuvo el martilleo del resentimiento y la venganza. Hoy, esa figura nuevamente se desvela en la oscuridad de la noche. Sus victorias pírricas deambulan de nueva cuenta.
Sus ataques sistemáticos a la democracia, a las instituciones y al Estado de derecho, al margen de ser un capricho, siempre fueron una gran estrategia para debilitar el sistema democrático y, por ende, el sistema político.
Su gobierno se caracterizó por un estatocentrismo en beneficio de pocos oportunistas y vivillos que cada vez más se convencen de que ese “proceso de cambio” fue una oportunidad irrepetible e intransferible, en desmedro de los intereses y las oportunidades de la real sociedad civil.
Su gobierno, no sólo se encargó de crear escepticismo y descrédito en la figura presidencial, sino también en el Estado mismo, ese que está para servir a los demás y no servirse de los demás.
Todo en su gobierno estaba supeditado a presupuestos que tenían la facha de haber sido manipulados entre gallos y media noche. Había (hay) pues, una manera institucionalizada de torcer las leyes y la legitimidad hacia su favor.
Por eso también, a lo largo de sus 14 años de gobierno, sus victorias pírricas siempre fueron (son) el resultado de una pésima gestión política y una casi nula concertación social democrática, abierta y transparente.
Ortega y Gasset, sostenía: “El hombre masa, sintiéndose vulgar, reclama con orgullo el derecho a su vulgaridad”. En efecto, Gasset no sólo alertaba sobre la inercia que provoca el hombre masa, sino también sobre el comportamiento peligroso que significa su conformismo y su indiferencia frente a los problemas que deterioran las condiciones más elementales del individuo.
¡Qué es peor! ¿La ignorancia o la indiferencia? No sé ni me interesa, diría el hombre masa.
Entre tanto, las fuerzas antidemocráticas bajan del caballo de Troya de Evo envueltas en la oscuridad de la noche. La “cacería de brujas” se ha iniciado y la revancha y la venganza corroboran plenamente los 14 años de imposturas e injusticias.
El MAS y Evo Morales siempre tuvieron victorias pírricas, producto de una forma de convivencia con la cultura del bloqueo, los enfrentamientos, el lenguaje de la desobediencia, la antidemocracia y, por supuesto, la imposición y la subversión.
El laberinto político en el que se encuentra el MAS, no tiene nada que ver con imperialismos, ni derechas, ni vendepatrias. Ni siquiera con la oposición política. Su laberinto tiene que ver con su propia administración. Con el sistemático desajuste de los principios elementales democráticos y apego sagrado a las leyes. Tiene que ver con el vacío hacia lo colectivo, a lo común y a lo recíproco.
Al Yo Nacional, como sostenía Zavaleta Mercado. Y esto está ligado, fundamentalmente, al sentido articulador y sólido desde lo nacional y con lo nacional. Esa pugna conflictiva e histórica entre el Yo individual y Yo Nacional, hasta ahora es una bomba de tiempo que no se logró desactivarla.
Este país es un conglomerado social político y cultural casi caótico.
En consecuencia, interpretando a Zavaleta, ningún propósito social será viable, si ese proyecto excluye y margina a las otras realidades y conglomerados sociales y culturales. Morales ahondó esta diferencia y se constituyó en el impostor más grande que tuvo nuestra historia.
“Aquellos que pueden hacerte creer absurdidades, pueden hacerte cometer atrocidades”, decía Voltaire.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.