Biodepredación: violencias extractivistas y ambientales
El mundo enfrenta una serie de manifestaciones de fenómenos que generan conflictos, violencias y vulneración de derechos. Los territorios, los bienes comunes y los espacios ambientales, no son una excepción, ya que sufren violencias múltiples. Estos fenómenos deben entenderse desde la comprensión de las crisis ecológicas, así como desde la configuración de las relaciones sociedad-naturaleza, que se han traducido en relaciones de dominación, de ejercicio de violencias hacia la naturaleza. Sin embargo, a diferencia de los otros tipos de violencia, estas tienen algunas características que hacen que se las considere, como afirma Rob Nixon, “violencias lentas”, es decir, actos de violencia que no se encuentran repartidas de manera uniforme y no afectan a todos y todas por igual, se irradian de manera particular a aquellos individuos bajo condiciones y dinámicas de desigualdad, exclusión e injusticia social, prácticas que en algunos casos toman mucho tiempo y que generan comunidades, grupos poblaciones y zonas sacrificables, “poblaciones y zonas de sacrificio” que David Harvey caracteriza como una consecuencia de la acumulación por desposesión.
Las violencias ambientales se manifiestan en el fenómeno del cambio climático y los migrantes o refugiados climáticos, en la deforestación, acaparamiento de tierras, agroindustria del monocultivo, producción transgénica, construcción de grandes represas, en las actividades mineras e hidrocarburíferas, el fracking, en megaproyectos energéticos, en la contaminación y los problemas ambientales urbanos, manifestaciones de la desposesión y despojo territorial.
Las violencias ambientales también son consideradas “violencias invisibles”, que, aunque son manifestaciones físicas que generan impactos socioambientales sobre los ecosistemas, los territorios y sus poblaciones, no se las consideran como actos de violencia como tal. Sin embargo, las violencias extractivistas y ambientales se expresan en formas de sobreexplotación de la naturaleza, de biodepredación, provocando el deterioro de los ecosistemas, vulnerando los derechos de la naturaleza y la afectación de sus capacidades como soporte de vida. Pero, además, se amplifica, como afirma David Harvey: la violencia contra la naturaleza genera violencia contra nuestro cuerpo y el de los/as demás (2014).
Estas violencias se las puede analizar desde diferentes miradas, por ejemplo, desde la lógica y perversidad de un modelo hegemónico patriarcal, colonial, neocolonial, de depredación y despojo, que cosifica y mercantiliza la naturaleza, que produce y reproduce formas de relacionamientos de dominio, explotación e injusticias socioambientales. O lo que Johan Galtung llama “violencia estructural”, que se refiere a aquel tipo de violencia que, aunque se aplica de manera un tanto difusa, indirecta por las estructuras dominantes de poder, tiene efectos negativos sobre las oportunidades de supervivencia, bienestar, libertad y derechos de otras personas o grupos sociales (1969) y ecosistemas; ya que este tipo de violencia también se hace manifiesta en el ejercicio del poder, apropiación y extracción de bienes comunes, como el agua, los bosques, la biodiversidad, la tierra, y materiales como los minerales, el carbón, el petróleo, el gas natural, etc. Todas estas formas de explotación extractivista se han traducido, a lo largo de la historia, en escenarios de múltiples violencias y de injusticias socio-ambientales hacia la naturaleza, los territorios, pueblos indígenas y mujeres; dramas sociales y ambientales, como lo describe Eduardo Gudynas, que se extienden por todo el planeta, América Latina y en cada uno de nuestros países.
Estas violencias son desatadas por las corporaciones transnacionales, por los Estados a favor de los intereses extractivistas de las empresas transnacionales, y por los propios intereses extractivistas de los gobiernos, que como afirma Alberto Acosta, son “violencias camufladas”, como acciones de sacrificio indispensables de unos pocos, para asegurar el bienestar de la colectividad. A estas formas de violencia, se suman las persecuciones y amedrentamientos a líderes y lideresas ambientales, en defensa de su territorio, sus derechos y los de la Madre Tierra.
Otro aspecto central en el abordaje de las violencias extractivistas y ambientales, nos lleva a la consideración de su relación con lo ilícito, ya que muchas de las actividades extractivas que afectan a la naturaleza están vinculadas con economías ilícitas, como la deforestación ilegal, la minería ilegal, el tráfico de tierras, el narcotráfico, etc. que definen estructuras de control, sometimiento y violencia hacia los territorios y sus poblaciones y que se amplifican hacia otras formas de violencia e inseguridad.
Columnas de TANIA RICALDI ARÉVALO