¿Y la autoestima?
Da para pensar seriamente lo que ha sucedido en la ciudad de La Paz desde el pasado domingo, cuando arribó la selección argentina de fútbol para disputar su partido contra Bolivia por las eliminatorias para el Mundial 2026. Un inusitado despliegue policial de resguardo, con las sirenas sonando a todo pasto y las luces multicolores mareando a quienes se encontraban por los alrededores; por supuesto, infinidad de policías montados en motocicletas (¡Cómo se sienten super hombres los sujetos estos!), mandándose la parte como cuando dispersan manifestaciones de opositores.
Numerosas ambulancias, de esas que escasean cuando se trata de salvar vidas de bolivianos y bolivianas enfermos, heridos o agredidos, formaban parte de la caravana, y sonaban también, al mismo ritmo que los coches policiales.
Desde la llegada de los huéspedes, el tráfico fue insoportable en las inmediaciones del hotel en que se hospedaron. Hotel que, de paso y bueno es destacarlo, fue contratado en exclusividad para ellos, prohibiéndose el ingreso de cualquier hijo de vecino que hubiera querido ingresar con cualquier motivo y disponiéndose que todo el personal no porte sus celulares.
El día del partido, el tráfico en las calles y avenidas que llevan al estadio Hernando Siles fue cortado desde las 8 de la mañana y el desbarajuste en la zona Sur, donde se hospedaban los visitantes, continuó.
¿Quiénes son estos semidioses? Nada más que 20 deportistas expertos en patear una pelota (algunos de ellos en atajarla); que se llenan los bolsillos con millones de dólares por el circo que brindan a la población, que no aportan en nada a mejorar la situación de sus países y sus pobladores, como no sea a sus propias familias que, en muchos casos, pasan de la pobreza extrema a una bonanza nunca soñada.
Se dirá que son los campeones mundiales, que en su plantel está el mejor futbolista del mundo, que en ese equipo hay muchas figuras de renombre. Todo eso no les quita su condición de seres humanos, de vulgares mortales para quienes un pedazo estrecho de tierra será suficiente a la hora de su muerte, lo mismo que para cualquier persona, como lo decía hacia el 350 d.C. Ambrosio, el obispo de Milán.
Por supuesto, por detrás de todo esto está el dios dinero, que ha convertido al fútbol en el moderno opio de los pueblos. Como lo dice Karl Polanyi en su obra La gran transformación, el mundo en que vivimos es uno en el cual se pasó de una economía de mercado a una sociedad de mercado. O, como lo señala Leonardo Boff, de una sociedad con mercado a una sociedad sólo de mercado, que coloca la economía como único eje estructurador de toda la vida social, sometiendo a ella la política y anulando la ética. Una sociedad en la que todo es vendible: la política, la familia, el amor, el deporte, lo sagrado. Y ojo, que no se trata de cualquier mercado, sino de uno regido por la competencia y no por la cooperación, en el que lo único que cuenta es el beneficio económico individual o corporativo y no el bien común de toda una sociedad.
Lo novedoso de esta ocasión es que, por alguna razón que habrá que analizar, ha aparecido una idolatría nunca vista de bolivianos hacia los argentinos. Personas de todas las edades pendientes del paso del bus en el que, supuestamente, estaba un mortal apellidado Messi. Compatriotas vistiendo camisetas argentinas y vitoreando a los mortales campeones del mundo.
No pretendamos que se vitoree a una selección boliviana que es expresión del malísimo fútbol que hay en el país; pero, de ahí a actuar como si no tuviéramos una nacionalidad, como si no hubiese motivos de orgullo (ahí están Garibay y Camargo, para hablar sólo de deportistas), como si fuéramos despreciables e inferiores, hay un gran trecho.
Desde luego, fue impresentable lo que hizo el alcalde de La Paz con el mural y los banners de adulación a los argentinos; tan impresentable como el reconocimiento que en 2013 le hizo Evo Morales al mortal Messi en los pasillos de los vestuarios del Hernando Siles. Pero lo sucedido ayer, que no sólo ocurre en La Paz sino en todos los departamentos de Bolivia, nos lleva a plantear la urgente necesidad de trabajar, y mucho, en nuestra autoestima.
Columnas de CARLOS DERPIC S.