Suicidio y falta de credibilidad
La terrible muerte del señor Colodro, interventor del Banco Fassil, ha dejado a todos anonadados, en primer lugar, porque es difícil imaginar que alguien se suicide debido a las presiones que puede proporcionarle un desafío profesional. Más fácil es renunciar al mismo, aduciendo como lo hacen muchos “motivos personalísismos”.
Y, sin embargo, la tesis de un asesinato, de que el señor Colodro no se hubiera lanzado al vacío por voluntad propia sino porque alguien lo hubiera empujado o lanzado, parece ser que se desbarata, en primer lugar, porque hay cámaras por todo lado, y estas no registran a terceras personas en el lugar de los hechos.
Por lo demás, si uno se hace la obvia pregunta, de quién podría beneficiarse con esa muerte, no encuentra una respuesta contundente. Difícilmente pueden ser quienes quisieran ocultar algo muy terrible respecto de las finanzas de Fassil, porque esto se podría descubrir con o sin el finado interventor.
En el mensaje encontrado en la libreta del desdichado funcionario, (por lo que se conoce), en realidad hay una velada acusación al Gobierno porque dice que lo han dejado solo, que le han dado la espalda, y eso no puede referirse a la gente del banco intervenido, sino a quienes ordenaron la intervención. Pero su acusación es vaga y, reitero, en circunstancias normales, basta una renuncia.
Aunque no son conocidos antecedentes suicidas, o psicóticos en el señor Colodro, la mente humana es tan compleja, y tan frágil a la vez, que un exceso de estrés, una situación de tremenda presión, en el momento inadecuado, puede llevar a alguien a tomar una decisión tan dura y tan definitiva como quitarse la vida.
Una noticia como esta, en un país institucionalizado, en un país donde se pudiera tener confianza en la fiscalía, en la policía, y en el Estado en general, sería fácil de entender, y de aceptar. El problema es la enorme falta de credibilidad que tienen quienes detentan el poder.
El ministro de Gobierno, que además comete gafes increíbles a la hora de informar sobre hechos terribles —llama “señor” a un asesino en serie, y “sujeto” a un alto funcionario del Estado— es uno de los rostros visibles de un sistema que tergiversa la verdad de los hechos, que llama golpe de Estado a una crisis política causada por el supuestamente golpeado, y que es ahora jefe de su partido. El partido que nos gobierna tiene una deuda pendiente en la aclaración de las ejecuciones extrajudiciales cometidas en el Hotel Las Américas hace la friolera de casi 15 años, y una serie de otros asuntos comprometidos con la justicia y que nunca han sido aclarados.
La justicia boliviana es una porquería, véasela desde donde se la vea, y la policía no tiene ninguna respetabilidad, debido posiblemente al accionar no de todos sus miembros, pero sí de muchos, y de algunos de jerarquía.
La quiebra de un banco se da en general debido a los malos manejos de su administración, estos malos manejos pueden ser delictivos, y parece ser que estamos ante una situación así. La economía boliviana está además contaminada con el narcotráfico, que tiene ramificaciones en otro tipo de actividades delictivas, el robo de autos, por ejemplo, de esos que usa y regala el Gobierno, por ejemplo.
La tragedia boliviana, el verdadero lamento boliviano, es que estamos ante una situación de tal falta de confianza en nuestras instituciones, en el Estado, que nos es muy difícil aceptar ninguna evidencia. No condeno a quienes dudan de las palabras del ministro de Gobierno, aunque considerando los niveles de especulación que se estaban dando esta semana, éstas podrían ser consideradas oportunas.
Salir del círculo vicioso de la desconfianza pasa por una importante reforma judicial, algo que, como lo ha confirmado una vez más en esta semana, el partido de gobierno no incluye ni lejanamente entre sus prioridades.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ