No al autobombo
Para escribir este artículo de opinión, me tomé el trabajo de contar en la edición de lujo del Correo del Sur, en homenaje a la gesta libertaria americana del 25 de mayo, la cantidad de saludos institucionales y separatas que entidades públicas han contratado y pagado (con nuestra plata, ya que se trata de recursos públicos).
Pues bien, de un total de 18 espacios, resulta que en por lo menos 12 (66,6%) aparece la fotito de la máxima autoridad ejecutiva (MAE) de la institución pública, sea el presidente del Estado, ministro, presidente del Tribunal Supremo de Justicia, Fiscalía General, gobernador o presidente del Concejo Municipal, entre otros. En algunos casos, grotescamente en una misma página o saludo, sale hasta dos o más veces el mismo funcionario, como ocurre por ejemplo en la tapa de la separata de la Gobernación de Chuquisaca, la del Concejo Municipal y ni qué decir del Ejecutivo nacional.
Todo un servil culto a la personalidad de los respectivos Jefazos. Se trata de un autobombo (“Elogio desmesurado y público que hace alguien de sí mismo”, según el Diccionario de la lengua española), por el que sus llunk’us, usan nuestros recursos públicos para cultivar ese despreciable vicio que surge de confundir a la persona, así sea la MAE, con la institución, lo que es muy pero muy diferente.
Seguramente algún servil marketinero nos dirá: “hay que posicionar al jefazo, etc…”, pero legalmente ocurre que esas partidas presupuestarias han debido ser establecidas para difundir los logros de la institución, sus fines u otros de índole institucional y no personal.
Recuerden también los carteles que con la fotito del jefazo de turno se cuelgan en las instituciones nacionales, departamentales y locales cual se tratarían de alguna deidad. Recuerdo unos cómicos calendarios de hace años de la Fiscalía General del Estado en los que la fotito de su MAE de entonces aparecía en todos los meses, además de la tapa y contratapa y así, sucesivamente, un ridículo autobombo.
Cabe, eso sí, diferenciar las entidades públicas que operan con nuestros recursos públicos, de las privadas. Si al director ejecutivo o gerente general de alguna privada se le ocurre hacerse autobombo, lo hace con su plata y, se supone, siguiendo los mecanismos institucionales que estarán previstos.
Mientras que, insisto, tratándose de entidades del sector público estamos —para ser educadito— ante el desvío, sino malversación, de recursos públicos que se obtienen con los impuestos de los ciudadanos y, por tanto, deberían servir para fines institucionales y no personales, por mucho que se trate de los jefazos del organismo.
Y es que a la vista de tan grotescos comportamientos —que a muchos les parecen ya hasta normales, y falta que plausibles—, ese servil culto a la personalidad con recursos públicos constituye también una expresión de la corrupción que permea prácticamente toda la actividad pública (excepciones, deben aplicarse, ojalá…).
La más elemental de las definiciones sobre corrupción, que incluso sale reiteradamente en instrumentos y declaraciones internacionales, enseña que ésta empieza precisamente cuando se desvían o usan nuestros recursos públicos para fines particulares. Hacerse propagandita, es decir, autobombo con nuestra plata, es pues una expresión que no, por lo normalizada que está, deja de ser repugnante para el soberano que, de esa forma, contribuye a que el jefazo se mande la parte (con nuestro “quivo”).
Obviamente que esa práctica forma parte de toda una cultura reiteradamente construida desde el poder público, incluso con éxito para algunos que adoran al poderoso, al Estado o a quien lo representa; cuando mereciendo respeto, en tanto se trata de un ser humano más, el servidor público es un empleado del soberano, ya que en ciertos casos ha sido elegido por la gente y en otros designado a dedo, pero en todos con una misión ineludible: servir al ciudadano y no aprovecharse de sus recursos ni de una eventual posición o peguita que siempre, al final del día, es nomás temporal, por muchos esfuerzos que hagan para entornillarse for ever en algunas sillas, que en su delirio las ven como si fueran tronos.
Útil fuera que la Asamblea Legislativa regule ese uso discrecional de recursos públicos, huyendo del autobombo institucional. O será que: “¿el poder sólo se sube a la cabeza cuando encuentra un cerebro vacío?”. Esa sentencia es de autor anónimo, pero, ¡¡qué puntería!!
El autor es abogado
Columnas de ARTURO YÁÑEZ CORTÉS