De teléfonos y libertad
Unos días atrás, puse en mis redes sociales un meme que, esencialmente, culpaba de las restricciones a la libertad humana al teléfono celular, y sobre ese meme escribí que no, que la culpa es del sistema capitalista. Por supuesto, la reacción no se hizo esperar, los comentaristas señalaron cómo, gracias a ese sistema, tengo un celular, y luego trocando la discusión en una sobre cuál es el país de origen del dichoso aparato y su régimen político. A todas luces, el mensaje se había perdido, como en el juego del teléfono descompuesto que jugábamos de niños, pero me sirve la anécdota de inspiración para escribir este artículo.
Isaías Berlín, en su libro Dos conceptos de libertad, señalaba que la libertad puede ser para, o libertad positiva, y libertad de, o libertad negativa. Para no aburrirlos, esta se resume simplemente en la ausencia de restricciones impuestas a uno por las demás personas, mientras aquella (la libertad positiva) refiere a la posibilidad de perseguir y obtener las metas deseadas con plena autonomía personal. Berlín, sin embargo, se queda corto, pues para él, la única restricción real era la política, el autoritarismo puro y duro.
Amartya Sen, unas décadas después, comentaba en Desarrollo y Libertad, que si bien el postulado de Berlín es correcto, la libertad positiva es la que se ve afectada por las inequidades y fallas del mercado y de la sociedad, y no solamente por la existencia de regímenes iliberales. De hecho, los tres elementos confluyen para impactar la posibilidad que tienen los agentes de elegir entre diferentes opciones disponibles, siendo la pobreza el principal factor que restringe la libertad positiva.
La libertad depende, entonces, del acceso a los recursos y a los propios mecanismos del mercado, y de las instituciones formales o informales que permiten a las personas obtener bienes y servicios esenciales, tales como salud y educación, pues no tener que preocuparse por obtener estos servicios permite a los agentes dedicar más tiempo y esfuerzo a desarrollar su propia potencialidad.
Ahora, estos conceptos de libertad requieren un tercer análisis, para entender qué rol juega el sistema capitalista en la posibilidad de las personas de acceder a los recursos (materiales e inmateriales) que sean necesarios para cumplir sus sueños. Cabe primero dejar muy claro que el capitalismo no es ni una ideología ni un sistema político, es un sistema económico por el cual la producción de los bienes y servicios se basa en el aporte de la fuerza laboral de unos —los trabajadores— y el aporte de los bienes de capital, sea maquinaria, tierra, tecnología o financiamiento de parte de los capitalistas. De ahí el nombre.
En este sistema, sin embargo, y dependiendo de la postura política que uno adopte, o bien se generan ineficiencias debidas a la interferencia de factores externos, tales como las regulaciones del propio gobierno, o bien, al otro extremo, se aliena el fruto de la producción y se lo apropia el capitalista, para reproducir su riqueza. En los años 60 además se introdujo un elemento adicional de análisis, que postula que para justificar la explotación de la clase obrera, el capitalismo usa todo tipo de mecanismos de opresión, sean temas de sexo, raza, identidad de género, edad, o lo que pueda servir para “inferiorizar” al otro con el fin de forzarlo a vender su fuerza laboral al menor precio posible.
El tema es que estas fallas del mercado y sus efectos en la libertad tienen sus raíces en el sistema capitalista. Que qué deberíamos hacer al respecto, no es tema de este artículo, y dejo al amable lector la libertad de decidir por sí mismo cuál es el curso correctivo que se debería tomar.
Sí es tema de este texto reflexionar, para concluir, sobre los mecanismos de defensa que asume el propio sistema para poder reproducirse con la menor resistencia posible. Por supuesto, hay los obvios y tradicionales, como las medidas de fuerza, la represión y la censura.
Hay, no obstante, otras formas, mucho más sutiles. Se culpa a la cultura, se culpa al progreso social, se culpa a todo tipo de teorías conspirativas, y, en relación al meme que provoca esta reflexión, se culpa con frecuencia a la tecnología, especialmente a la que se refiere a los medios. Por las mismas acusaciones pasaron la radio, el cine, la televisión y los videojuegos, y ahora, por supuesto, dada su ubicuidad, se culpa a los smartphones de ser los que nos quitan la libertad, porque claro, estamos clavados todo el día consumiendo contenido —y mucha publicidad— en las redes sociales. Consumo que es, por supuesto, parte esencial del capitalismo.
El autor es experto en políticas públicas
Columnas de ESTEBAN MORALES B.