Simón Alelado y la decadencia del poder
Jamás de los jamases Simón Alelado imaginó estar en semejante dilema; su rostro, desencajado y amedrentado por la realidad, asimilaba sin margen de error lo que sentía su mente, que devorada por una enfermedad terrible le carcomía el día a día. Para él, esta era una desgracia de proporciones, no por su estabilidad —puesta en duda por su psiquiatra de cabecera—, pero sí porque le pasaba justo ahora, que era cuando más lo necesitaba su partido.
En ese momento, mirándose al espejo del baño, aún mojado y sintiendo que las gotas de agua caían en un incesante desbande de miserias, pudo ver —tras limpiar el vapor que había empañado su espejo— la imagen del que otrora fuera presidente.
Simón Alelado se espantó, su razón le dictaba que aquello no podía ser real, que la visión de ese rostro de tez morena y pelo de paja era en verdad el producto del mal que le atormentaba y no el hombre fuerte de los 14 años.
—Necesito que lo consigas para mí —afirmó el rostro cuadrado que se reflejaba en el espejo.
—¿Qué cosa? —respondió Simón Alelado aún a sabiendas que hablaba con una imagen fabricada por su mente.
—El poder —sentenció con voz lúgubre el rostro.
Simón Alelado, asambleísta eterno del proceso de cambio y chupamedias oficial de la cúpula dirigencial, había sabido ascender por la escalinata del poder en base a amarrar huatos y a traicionar a los amigos, su ascenso meteórico —que no era muy distinto del de la mayoría de los políticos— le supo posicionar como un vocero válido de su clase política, pero no pudo salvarlo de la corrosión de su propia moral que se tradujo en un mal incontrolable.
—Pero… —balbuceó el politiquero— el partido está dividido entre los renovadores, los históricos y varios otros que ansían lo mismo que tú.
En ese momento pasó algo que ni Simón Alelado ni nadie pudo haber previsto: el padecimiento que comía su cerebro devoró en ese preciso instante las neuronas que acogían a su moral, y las liberó en un maremoto que inundó sus sesos y le transformó —por un minuto— en una persona ética.
—El partido ya no es ese movimiento plural que en 2005 ganó las elecciones con una propuesta plagada de promesas que hablaban de recuperar el país para los bolivianos, de cuidar y respetar los recursos naturales, de ser honestos y éticos, de no ser más como los políticos de antaño. Fallamos, somos un partido corrupto, un frente maleado y dividido, un parásito más de la vieja política amañada.
El rostro del espejo se ensombreció, y poco a poco fue desapareciendo, como la mismísima moral de Simón Alelado que volvió a ser el corrupto de siempre, el político clásico de una clase dominante en decadencia.
Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ