Masismo pachamamista e identidades culturales trastocadas
¿Qué nos hace ser bolivianos? ¿Qué nos diferencia? ¿Qué se ha perdido y qué se ha logrado? ¿La ‘pluralidad’ durante 16 años de masismo, es realmente plural, colectiva, equitativa, justa y democrática?
Acaso, lo más honesto sería decir que Bolivia tiene múltiples identidades.
Desde esa premisa, podríamos conducirnos hacia conceptos más coherentes y transparentes. Es decir, se me hace menos demagógico reconocernos diferentes en nuestra diversidad, que únicos, pluriculturales y plurilingües en una sola ‘unidad inquebrantable’ que, además, tiene una cola inmensa de politización y oportunismo coyuntural.
Esa diversidad social nos debe empujar, con absoluta transparencia, a ver nuestros rostros como una realidad histórica. No como una coyuntura que data de hace 14 años. Capitalizada e instrumentalizada por el evomasismo y parodiada por la actual coyuntura, como si fuera el descubridor de la nación clandestina.
Esas identidades existieron desde siempre. Se mostraron a la luz de un universo complejo, con sus características, sus diferencias, su lenguaje y su diversidad.
Su naturalidad, su naturaleza las hizo vigorosas y esencialmente yuxtapuestas, abigarradas, desordenadas.
El concepto de abigarrado en Zavaleta Mercado se traduce en esa sociedad donde las diferentes culturas dentro de un universo se encuentran sobrepuestas de una manera desordenada, caótica en distintos niveles de poder.
Zavaleta, en su libro, Bolivia: El desarrollo de la conciencia nacional no sólo nos aproxima a esa interpretación compleja de las identidades, también nos hace caer en la cuenta de su búsqueda clara hacia una identidad colectiva. Una preocupación fidedigna por la unidad en la diversidad.
Convengamos en que carecemos de un “nosotros común”. Esa ausencia de homogeneidad que nos hace disímiles. Esto, obviamente, ahonda mucho más la tarea de identificar identidades bolivianas claras que nos definan, y está bien que sea así. Pretender homogeneizar y definirnos en una sola identidad boliviana, nos reduce y nos hace menos libres.
Dialogando con el antropólogo y filósofo cochabambino, José Antonio Rocha, unificamos la idea de que, durante 14 años de evismo, que se pavoneó de haber catapultado la identidad cultural, no se ocupó seriamente de analizar y estudiar a profundidad el tema: “Hay un trato superficial del tópico, afirma Rocha. Decir por ejemplo que ese gobierno era indígena, que quería recuperar a los indios, pero por otro lado se planteaba la carencia de identidad cultural de ese expresidente, que no sabía comunicarse en un idioma originario”.
Rocha hace hincapié en el hecho de que: “No nos podemos quedar solamente con la reivindicación y el fortalecimiento de la identidad o las identidades en un afán de pretender ganar adeptos. Es necesario potenciarlo y abrir más espacios. Como ese guaraní que me sorprendió cuando decía: Yo soy guaraní, tengo derecho a ser guaraní, pero también soy cruceño y tengo derecho a ser cruceño, pero también soy boliviano y tengo derecho a ser boliviano”.
Esto, indiscutiblemente, habla de una consecuencia ineludible que una vez más nos hace caer en la cuenta de nuestras distintas identidades.
Para Rocha, la identidad o las identidades no son excluyentes: “Existe una identidad boliviana y existen identidades regionales. Aunque al nivel de la investigación y constatación de lo boliviano no hayamos hecho grandes esfuerzos. Los bolivianos nos damos cuenta de esa diversidad, de que nosotros somos tales en la medida en que existan otros diversos que nos pueden complementar”.
Las identidades culturales están ligadas estrechamente a los valores sociales. En ese sentido, los 14 años de falso discurso identitario se quebraron por completo en su concepto primario. Evo Morales, a través de una arenga sistemática y oportunista, corrompió por completo un conjunto de valores que eran unitarios y en beneficio global de la sociedad. Destruyó, casi de una manera irreversible, la línea gruesa que delimitaba lo legítimo de lo ilegítimo, lo ético de lo antiético, lo moral de lo inmoral.
La cultura del arribismo, del vivillo, del soplón, del tránsfuga, del “chupa tetilla”, se hizo un mandato “legítimo”. Hoy, está casi institucionalizado y ya forma parte del patrimonio político cultural e inmaterial del masismo.
A esta Bolivia, todavía con piel de aguayo, la atraviesa una línea divisoria que la fragmenta y la hiere. Un poder dual la gobierna, asumida por elites sociales oportunistas que hacen y deshacen el tejido social originario y, la otra, esa poderosa maquinaria política corrupta que impone y somete.
Un puñado de individuos aburguesados, desclasados, kitsch que mira desde arriba su neocolonialismo. Su capitalismo que se filtra en su Estado Plurinacional fallido como un torrente que la arrastra hacia una descontextualización social y cultural y la convierte en ambiciosa, corrupta, pedigüeña, simple y menos compleja.
En Lo nacional popular en Bolivia, Zavaleta menciona: “Se puede, sin duda, considerar como algo inmediatamente falso el que se piense en una sociedad capitalista como algo más complejo, de hecho, que una sociedad precapitalista. Es cierto que el capitalismo multiplica el tiempo social, pero no lo es menos que torna homogénea (estandarizada) a la sociedad. Al fin y al cabo, las clases nacionales, la propia nación, las grandes unidades sociales relativamente uniformes son propias del capitalismo y, en este sentido, cualquier sociedad atrasada es más abigarrada y compleja que una sociedad capitalista”.
En Bolivia, el tema de la diversidad e identidades culturales aún es un gran disimulo solapado. Tras 16 años de pachamamismo, el doble discurso sigue creando hidras de 100 cabezas.
Rescato, para entender el doblez de la simulación, un fragmento de El laberinto de la soledad, de Octavio Paz:
(…) “Simular es inventar o, mejor, aparentar y así eludir nuestra condición. La disimulación exige mayor sutileza: el que disimula no representa, sino que quiere hacer invisible, pasar desapercibido, sin renunciar a su ser. Quizá el disimulo nació durante la Colonia. Indios y mestizos tenían, como en el poema de Reyes, que cantar quedo, pues ‘entre dientes mal se oyen palabras de rebelión”.
El mundo colonial ha desaparecido, pero no el temor, la desconfianza y el recelo. Y ahora no solamente disimulamos nuestra cólera sino nuestra ternura. Cuando pide disculpas, la gente del campo suele decir: ‘Disimule usted, señor’. Y disimulamos. Nos disimulamos con tal ahínco que casi no existimos.
En sus formas radicales el disimulo llega al mimetismo. El indio se funde con el paisaje, se confunde con la barda blanca en que se apoya por la tarde, con la tierra oscura en que se tiende a mediodía, con el silencio que lo rodea. Se disimula tanto su humana singularidad que acaba por aboliría; y se vuelve piedra, pirú, muro, silencio: espacio”.
En nuestra realidad política boliviana, ese disimulo tiene que ver con haber cambiado para que no cambie nada. Reivindica lo que le sirve, lo que no, lo desecha. Se toma fotos, zapatea, se tiñe con sus añiles multiculturales y lo presenta como una identidad nacional.
¡Nada más alejado de la verdad y de una identidad o identidades que nos defina como bolivianos o, cuando menos, nos aproxime a un nosotros común!
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.