Romualda Herbazal el impuesto anual y la corrupción
Por aquel tiempo, los únicos que pensaban que su oficio era sinónimo de prestigio y reconocimiento eran los políticos, porque el resto del mundo sabía bien que aquel que se dedicaba al manejo y control de la cosa pública era un maleante.
No importaba si se trataba de un delincuente de saco y corbata o de un mafioso de poncho y ojota, porque lo mismo robaban los unos como pedían coima los otros.
Así pasó aquella semana de mayo del primer año sin la peste, cuando el ministro de Medio Ambiente tuvo que renunciar porque tenía inmuebles a diestra y siniestra, y porque de sus sesenta cuentas bancarias destilaban los hilos de la corrupción.
Romualda Herbazal así lo entendió cuando su vecina le comentó los desmanes de la exautoridad y le relató, con lujo de detalles, la red de delincuentes que robaban al país.
—Y pensar que encima les pagan sueldo con nuestros impuestos —afirmó Romualda Herbazal.
La mujer, que en mala hora había decidido asumir el estúpido papel de emprendedora, sufría tanto por los millones robados a diario, como por la deuda que ahora debía asumir debido a las exigencias de pago del famoso impuesto anual.
Pasaba que para ella era sencillamente inconcebible que un crápula “levantamanos” gane tanto dinero con sus afanes de corrupción, mientras ella debía hasta reprogramar el monto que le pedía el fisco por el impuesto anual, porque no podía darse el lujo de pagarlo de una sola vez.
Ya era suficiente tener que tragarse la vaina y media de saber que sus impuestos iban a los bolsillos de los corruptos y a las obras de pacotilla de un gobierno mafioso.
Para Romualda Herbazal el pago de sus impuestos no se justificaba nunca, porque el país sobrevivía siempre ebullendo en un caldo de miserias, hirviendo hasta los huesos en un líquido pestilente del cual brotaba el mal servicio de salud y la burocracia antropófaga, y macerando su sazón en medio de la crisis económica y la ausencia de moral.
El autor es escritor, ronniepierola.blogspot.com
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