Virtudes públicas, vicios secretos
Los jesuitas en Bolivia están viviendo su mala hora, la publicación de partes del diario de un sacerdote, en el que relataba sus relaciones sexuales con menores de edad, algunos de los cuales hubieran sido sus alumnos, ha escandalizado a justos y fariseos, y a partir de eso han aparecido más acusaciones, más indicios no solo de abusos a menores, sino de encubrimiento.
Es posible que en un sistema jurídico serio, el caso de Alfonso Pedrajas esté completamente extinto, inclusive en lo que refiere a sus posibles encubridores, claro que la (in)justicia boliviana es otra cosa, y es también posible que presenciemos un juicio más parecido a una cacería de brujas que a un proceso judicial moderno.
Más allá del tema jurídico, lo cierto es que este ha sido un golpe muy duro para la credibilidad de los jesuitas en particular, y de la Iglesia en general. A esto se añade gente que quiere pescar en río revuelto, el Gobierno está seguramente encantado con este debilitamiento de un contrincante moral tan importante como es la Iglesia, y va a tratar de aprovechar el escándalo. Pasa algo parecido con los colectivos y las corrientes sociales que ven a la Iglesia católica como una fuerza ultramontana que hay que neutralizar o aniquilar.
Que un revuelo de este calibre haya podido suscitarse a partir de una publicación en un diario extranjero pone en evidencia, para bien o para mal, el poder de la prensa, algo para felicitarse en la semana en que el gremio es celebrado, aunque, el largo artículo, no es lo suficientemente largo. Dadas las circunstancias actuales, y el linchamiento mediático de muchos jesuitas eméritos, El País debería publicar, en línea, el diario íntegro, cubriendo obviamente los nombres de las personas mencionadas, menores o no, eso para entender el justo alcance de los actos del cura de marras, y también de quienes eventualmente lo protegieron.
El diario de Pedrajas tiene el valor de ser un testimonio desde la esquina del perpetrador, y eso es importante porque ayuda a entender este tipo de comportamientos y eventualmente frenarlos a tiempo. Más allá de que existen pederastas que buscan actividades que los lleven a estar cerca de niños, el caso que nos ocupa parece ser distinto: el de un joven proveniente de un entorno muy religioso, con fuerte represión sexual, que decide entregar su vida a un fin muy noble, como es servir al próximo, y en el camino, esa su sexualidad reprimida irrumpe, y lo hace de la peor manera. Deja de servir al prójimo, y empieza a servirse de este, y atrozmente.
Sin querer cuestionar el mérito del celibato a nivel histórico, a partir de este tipo de situaciones, cabe hacerse algunas preguntas. Lo cierto es que hoy sabemos que una sexualidad no adecuadamente manejada puede llevar a comportamientos patológicos. No se trata de una ecuación A=B, pero negar la sexualidad, en un mundo extremadamente sexualizado, tiene sus aristas. Hay tareas pendientes dentro de la “Santa Madre”.
En cuanto al encubrimiento, más allá de que sea punible o no, también cabe la pregunta respecto de ¿qué lleva a una buena persona a callar un delito aberrante?, ¿complicidad pura y dura?, ¿compasión?, ¿espíritu de grupo, de familia, corporativo?, ¿falta de valor civil?
Reitero, esta es la mala hora de los jesuitas, y posiblemente vamos a presenciar una suerte de linchamiento, pero hay quienes no pueden lanzar la primera piedra, por ejemplo, quien proclamó que cuando salga de la vida política se va retirar al Chapare con una quinceañera, tampoco quienes apañaron el romance de su jefe político con una joven de 17 años allá por el año 2005.
A pesar de los vicios y delitos de Pedrajas, y en parte debido a sus virtudes, el colegio e internado Juan XXIII fue algo muy bueno para una enorme cantidad de jóvenes. Bolivia está mejor con jesuitas, que sin ellos, y esto se extiende a la Iglesia católica. No se trata de hacerse de la vista gorda ante los abusos cometidos por gente como el padre “Pica”, pero se debe saber perfectamente qué atacar, no se bota a la basura toda la caja de manzanas, porque hay unas que están podridas.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ