Poder jesuita (II)
En mis más de 30 años de ejercicio periodístico, pocas veces sufrí los efectos de una publicación como después del primer artículo de esta serie de opinión sobre los jesuitas.
El artículo fue una consecuencia de la publicación de un reportaje del diario español El País, que reveló la conducta pederasta del sacerdote Alfonso Pedrajas. Yo quise aprovechar que los reflectores ahora apuntan a la Compañía de Jesús para hablar de su influencia en Potosí, pero me gané una andanada de ataques en mis redes sociales.
En medio de los insultos y descalificaciones, alcancé a entender que, por una parte, me reclamaban mi falta de precisión en el artículo y, por otra, mucha gente entendió que yo había escrito que el exinternado del centro Juan XXIII era exclusivamente para niños de la calle y, con justa razón, me reclamaron diciéndome que eso no es cierto.
El detalle es que yo no escribí eso.
Lo que publiqué es que el colegio “era, también, un centro asistencial que acogía a huérfanos y niños en situación de calle”. Ese “también” no implica exclusividad, sino todo lo contrario: los niños en situación de calle eran parte de quienes eran acogidos ahí, no el todo; pero quienes me escribieron, furiosos, no lo entendieron así.
Pero, más allá de la furia, quiero entender la indignación de esa gente. Si yo, como católico, me sentí afectado por las revelaciones que hizo El País, mayor ha debido ser el efecto entre quienes fueron alumnos de Pedrajas y pasaron por las aulas del Juan XXIII en el que él llegó a ser director. Imagino el tamaño de su frustración y supongo que lo que a ellos les pasa es que se desilusionaron de tremenda institución educativa.
Por ello, en un oficioso ejercicio de derecho de réplica, voy a transcribir un par de los mensajes que me enviaron, aquellos que no estuvieron cargados de rabia e insultos:
1. El colegio no era para niños de la calle, a esa entidad sólo llegaban los mejores promedios de colegios de todo el país (por decirlo de una forma), sobre todo de los centros mineros, y se ingresaba luego de un riguroso proceso de selección. Los tres pilares fundamentales para los alumnos de ese internado eran: estudio, trabajo y relaciones humanas.
2. He leído tu artículo de fecha 4 de mayo y hay una tremenda aberración cuando te refieres al colegio Juan XXIII, no éramos huérfanos ni chicos de la calle. Yo tengo aun mi madre y mi padre falleció el 2013. Fuimos un grupo de adolescentes seleccionados, principalmente por nuestro desempeño académico, para ser parte de un interesante proyecto pedagógico. Lamentablemente este se tiñó por la conducta de Pedrajas, pero, como opinador publico cuida la veracidad de tus afirmaciones, por favor.
Tras haber cumplido con lo que considero un deber moral, cierro el artículo de esta semana señalando que el del ingreso de los jesuitas a Bolivia, y su influencia, será publicado en la próxima.
El autor es Premio Nacional en Historia del Periodismo
Columnas de JUAN JOSÉ TORO MONTOYA