¡Bolivia: yo poder, tu poder, EL PODER!
Los caudillos populistas no son elegidos a través de procesos tradicionales de partido, sino que surgen de la ruptura de las reglas comunes, de la crisis, del oportunismo.
A los movimientos populares, sostiene el pensador Michel Foucault, siempre se les ha presentado como producidos por el hambre, los impuestos, el desempleo; nunca como una lucha por el poder, como si las masas pudieran soñar con comer bien, pero no con ejercer el poder.
En La microfísica del poder, Foucault hace hincapié en que "El poder no es un fenómeno de dominación masiva y homogénea de un individuo sobre los otros, de un grupo sobre los otros, de una clase sobre las otras; sino tener bien presente que el poder, si no se lo contempla desde demasiado lejos, no es algo dividido entre los que lo poseen, los que lo detentan exclusivamente y los que no lo tienen y lo soportan. El poder tiene que ser analizado como algo que circula, o más bien, como algo que no funciona sino en cadena. No está nunca localizado: aquí o allí, no está nunca en las manos de algunos, no es un atributo como la riqueza o un bien. El poder funciona, se ejercita a través de una organización reticular.
Y en sus redes no sólo circulan los individuos, sino que además están siempre en situación de sufrir o de ejercitar ese poder, no son nunca el blanco inerte o consintiente del poder ni son siempre los elementos de conexión. En otros términos, el poder transita transversalmente, no está quieto en los individuos”.
Foucault apunta al núcleo articulador del poder entre éste y los individuos.
El poder no debe ser inerte, debe circular a través de esos sujetos y conducir a una dinámica progresiva que permita que no se concentre estrictamente en un individuo o una elite. Si es así, se convertirá en un dominio absoluto sobre los otros. “El individuo, dice, es un efecto del poder y, al mismo tiempo, o justamente en la medida en que es un efecto, es el elemento de conexión”.
Siguiendo esta reflexión, concluyo en otro principio fundamental: cuando el poder nace del pueblo se transforma en una herramienta de convivencia, de lenguaje, de circularidad, gobernabilidad y soberanía.
Cuando surge de un individuo, elite o Gobierno, se convierte en un sistema acaparador, en el que se concentran decisiones, beneficios, riquezas y círculos cerrados de corrupción y podredumbre política.
No creo que exista nada más peligroso que el poder condensado en manos de un sujeto o de pocos. Desde esa posición se desplaza la unilateralidad que anula la pluralidad y los mecanismos incluyentes que sirven para hacer copartícipes a la sociedad; la democratización de la información, la distribución, cuando menos equilibrada, de la toma de decisiones y la delimitación exacta de los poderes del Estado.
La corta primavera latinoamericana se embriagó con esa terrible concentración de poder en manos de un individuo y de sus elites que alcahuetearon chanchadas y exabruptos. El poder, la caída política y económica de casi todos los gobiernos latinoamericanos nos convenció de que esta parte del mundo aún transita los caminos de los caudillos: déspotas, autoritarios, empoderados por encargo o por los “ancestros”.
Desde Venezuela, Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Nicaragua, Cuba y más, hay un hilo conductor que ata cabos en son de risa e ironía. El extinto comandante Chávez se valió de inconformismos y debilidades sociales para hacerse de un poder demagógico, populista y corrupto, hasta desembocar, por herencia, en el de Nicolás Maduro.
El kirchnerismo se dio baños suculentos de corrupción y despotismo, concentró su poder en una endiosada figura que se olvidó del soberano al que también defenestra por medio de las urnas. El poder vuelve, naturalmente, a su origen.
En Bolivia, Evo Morales se convenció de que el poder, su poder, debía ser absoluto para mantenerse inquebrantable o, cuando menos, hacer que su palabra y sus decisiones sean obedecidas sin cuestionamiento alguno. Morales concentró tanto su radio de dominio en su gobierno que blindó a personas, instituciones, acciones y administraciones que hasta hoy en día mantienen una impermeabilidad absoluta y libre del escrutinio y la investigación.
Todo poder es una conspiración permanente, decía Honoré de Balzac. Por eso también el poder posee una propensión natural a concentrarse y a medida que se agiganta se hace menos benéfico, más corruptor y pernicioso.
¿Cuál es la diferencia entre izquierda y derecha en estos tiempos, oráculo? ¡Ninguna! Los conceptos de una y de otra ya quedaron sepultados por las inconsecuencias de sus líderes.
De la izquierda en Bolivia, hoy sólo queda la nostalgia de que en una época sirvió para afianzar las conciencias extraviadas y hacer latir más fuerte los rojos corazones. Todo lo demás se convirtió en demagogia, impostura, corrupción y venganza.
Ahora, su afán de poder y de dominio no tiene límites, les da lo mismo prevaricar que estafar. Todo, bajo el signo del cambio. La izquierda como alternativa real e histórica languidece y muchos ya lamentan su muerte o, cuando menos, sufren con su desgaste total producto de desajustes, dando origen, como una inevitable consecuencia a la posible muerte de la política misma. El pensamiento de izquierdas con los planteamientos del marxismo como núcleo articulador se ha derrumbado como una montaña de arena.
El patrimonio de nuestra sociedad, como referente ético, justo y obediente de las leyes y libertades se ve cada vez más afectado, directa o indirectamente, por un comportamiento inaceptable de este Gobierno. Ya casi nada sorprende, todo queda en anécdota. Los escándalos de corrupción y sus opacos desenlaces son disipados entre la bruma, en escasos dos o tres días, por otro nuevo que, más allá de convertirse en descaro, se presenta como el capítulo de estreno de la historia sin fin.
“A los hombres sin esperanzas es fácil de controlar y quien tiene el control, tiene el poder”, decía el escritor Michael Ende.
Cuando se esfuman las ideas, las alternativas desaparecen. Este Gobierno, que se ufana de ser de izquierda, ha ingresado, desde hace mucho tiempo, a un proceso de desgaste voluntario que, pese a estar en el poder, no sabe qué hacer con él, para bien, por su puesto. Evidentemente hay un gran vacío ideológico que rebota el eco de la ineficiencia.
¿Derecha o izquierda, oráculo? ¡Pamplinas! ¿Cuántos asaltos, descalabros y delitos se han cometido en nombre de estos?
La incongruencia, la desvergüenza, la injusticia y la corrupción campean en esta coyuntura. Es como un tsunami de ambiciones y de poder, el deseo de atornillarse a la silla se ha convertido en una obsesión obsecuente del mandamás, de los mandamases por encargo. Es el reino del revés, de María Elena Walsh, donde “un ladrón es vigilante y otro es juez y que dos y dos son tres”.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.