Expresidente detenido
El expresidente peruano Alejandro Toledo ha sido extraditado de EEUU y ha llegado directo a la Cárcel Barbadillo, dentro del cuartel de la Dirección de Operaciones Especiales de la Policía (Diroes) en Lima, donde están recluidos los exmandatarios Pedro Castillo y Alberto Fujimori. Está procesado por corrupción y lavado de dinero en el marco del magaescándalo de sobornos pagados por la famosa constructora brasileña Odebrecht.
La mayoría de los exgobernantes identificados con el socialismo del siglo XXI, se encuentran denunciados, procesados, condenados, y algunos en la cárcel por corrupción. Los aludidos gobernantes han dejado (y dejarán) a sus respectivos países prácticamente en ruinas (como Argentina), y en medio de una profunda crisis política y social. En el caso particular de Venezuela, Hugo Chávez y Nicolás Maduro, impusieron e institucionalizaron la locura, el horror, el despilfarro, el hambre, etc.
El problema no es solamente la falta de idoneidad y sentido común de los exgobernantes, sino el manejo mafioso que han hecho y hacen del Estado. La trama de la corrupción (en gran escala) comenzó en Brasil en torno a Petrobras y la constructora Odebrecht, y ha tenido además la particularidad de salpicar a varios países y exmandatarios. Luiz Inácio Lula da Silva, Rafael Correa y Cristina Fernández de Kirchner, entre otros, fueron sometidos o se encuentran en manos de la justicia por corrupción. Que expresidentes se encuentren procesados evidencia, por un lado, que este fenómeno ha trepado alto y, por otro, la voluntad política de luchar contra este flagelo que amenaza la institucionalidad estatal.
La sistemática corrupción política y la vulneración de las libertades y los derechos humanos han sido dirigidas, en unos casos y consentidas en otros, desde el mismo gobierno. El caso más significativo ha sido el de Brasil no sólo por la dimensión de los escándalos sino también porque la corrupción ha tenido como consecuencia directa arrastrar al país más grande del continente a la peor crisis económica y política de su historia.
El caso Odebrecht evidencia lo que se conoce como un “estado de corrupción” o cultura permisiva que se encarga de fomentar las prácticas corruptas al más alto nivel. Sin embargo, estas prácticas no son exclusivas de ningún país en particular. Este poderoso virus se ha convertido en una amenaza global que socava la legitimidad de las instituciones, atenta contra la sociedad, el orden y el desarrollo sostenible e integral de los pueblos.
Los cuadernos del chofer de un alto funcionario de los exgobernantes Kirchner-Fernández han provocado un verdadero tsunami político en la Argentina, que ha terminado con el mito de que la corrupción sólo la cometían los mandos inferiores y medios de la administración pública y que los abusos del poder político no dejaban facturas.
En los cuadernos se registraron todos los detalles posibles (vehículo, día, hora, lugar, monto aproximado, etc.), que prueban (como nunca se había descubierto antes) que hay algunos empresarios (que monopolizaban las licitaciones del Estado) comprometidos con la corrupción, y que aportaban cuantiosos montos de dinero a los esposos Kirchner-Fernández en la Quinta presidencial de Olivos. Y aunque la segunda mandataria se ha declarado víctima del revanchismo y, por supuesto, perseguida política, ahí está toda esa valiosa documentación probatoria (perfectos testigos mudos del crimen), los empresarios arrepentidos, los bolsos, bolsones, bolsas negras, el automóvil, el chofer, etc., ¿alguien puede dudar de la trama corrupta presidencial y manejo mafioso del Estado?
Los megaescándalos internacionales, efectivamente, han degradado el sistema político y democrático y, como era previsible, generado una profunda crisis política, económica y social. La corrupción se ha convertido en un mal endémico, con características pandémicas, al extremo que la mayoría de los exmandatarios de Latinoamérica están investigados, procesados, y algunos condenados y detenidos. En las nuevas galerías presidenciales figurarán pocos estadistas, porque en su mayoría han descendido al lugar de vulgares delincuentes de cuello blanco.
Columnas de WILLIAM HERRERA ÁÑEZ