Justicia y responsabilidad ciudadana
Si hay algo que convierte a nuestro bello país en un muladar, eso es su sistema judicial. Aunque sabemos que nunca fue perfecto, este ha caído a niveles inaceptables de mal manejo y de corrupción. Y es que posiblemente una sumisión al poder gubernamental, es aún más perniciosa que la corrupción que emana de la angurria.
La necesidad de un cambio sustancial y por ende constitucional en el manejo de la justicia en Bolivia, es algo que el sentido común, y la más elemental sensibilidad hacia los miles de personas que padecen todo tipo de injusticias en el sistema, empezando por la aberrante detención preventiva y continuando por la recurrente retardación, debería convertirla en un clamor ajeno a cualquier preferencia política.
El intento de promover una reforma judicial, en forma constitucional, ha fracasado porque no se han conseguido la cantidad de firmas requeridas para que estas sean admitidas por el Tribunal Electoral. Sin embargo, se han conseguido más de 800.000 firmas, algo que enaltece al país, esto no es Sodoma, la tierra de Lot, aquí hay más de 10 personas que creen que la justicia debe ser imparcial, que no debe estar supeditada al poder de turno, y que debe ser manejada por gente idónea.
Lo trágico es que mucha más gente o es indiferente al sufrimiento de las personas por las injusticias que se cometen, o se alegra de estas injusticias, o tiene la mente tan destrozada, tan amaestrada, que antepone sus creencias políticas a cualquier sentido de justicia real.
Pareciera ser que la mayoría de los bolivianos está contenta con jueces como la despreciable jueza Pacajes, cuyo terrible crimen solo se develó gracias a su alcoholismo, y no ha sido verdaderamente castigado hasta el día de hoy.
Los resultados de esta consulta popular, boicoteada sistemáticamente por el Gobierno y por sus aliados, pone en evidencia la perniciosa influencia del MAS sobre la ciudadanía. Querer vivir bajo el régimen de justicia actual, no hacer nada para cambiarlo, peor aún, actuar para que no cambie, es una variante del síndrome de Estocolmo. La población está enamorada de sus esbirros.
En tiempos de Hitler, (y ojo no comparo al partido nazi con el MAS), cuando las más grandes y aberrantes injusticias se estaban cometiendo contra una parte de los ciudadanos, los demás no podían reclamar o protestar porque de hacerlo podían poner en peligro inclusive sus propias vidas. En estos tiempos del MAS, donde las consecuencias de firmar una petición para una reforma judicial son mínimas, el no haberlo hecho por temor o por desidia, coloca a estos ciudadanos, demasiado cerca de los que por convicción política se negaron a hacerlo.
Aparte de la enorme cantidad de personas enjuiciadas por motivos políticos, encerradas violando sus más elementales derechos, y violando el debido proceso, las cárceles están llenas de víctimas de la retardación de justicia y de procesos mal llevados.
Un caso que hago cuestión de mencionar, para que no quede en el olvido, es el de William Kushner, condenado a 30 años de cárcel sin derecho a indulto, por la muerte de su expareja, aunque los jueces no encontraron intencionalidad en el hecho, está registrado en la condena. Sí estimados lectores, Kushner ha sido condenado a la pena máxima que tiene nuestro país, aunque quienes lo condenaron no pudieron encontrar intencionalidad en el hecho, y dejaron constancia de eso en su condena. Esa es la clase de jueces y de leyes que tenemos.
Las más de ochocientos mil firmas, no son suficientes para obligar a un referéndum, pero tienen un peso moral innegable, aunque no tengo la menor esperanza de que el MAS cambie su modo de ser o su postura respecto de la justicia, ellos ante todo quieren mantenerse en el poder, y para eso necesitan un aparato judicial a su servicio, esperemos que siquiera en las próximas elecciones, las cosas cambien. Mientras hay que seguir bregando, hay gente sufriendo.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ