Las máscaras de Lula
Luis Ignacio da Silva, Lula, presidente de Brasil, intentó esta semana, en una pequeña gira por el sur europeo, deshacer la pésima impresión que han causado sus palabras sobre la invasión a Ucrania, cuando recibió alborozado al canciller de Rusia.
Para muchos comentaristas de la prensa internacional las opiniones de Lula acusando al país invadido y a sus aliados de ser responsables de la situación fueron desconcertantes. Quizá, como apuntaba un periodista español, hubo un exceso de expectativa mundial con el retorno de Lula al poder después del gobierno de Jair Bolsonaro.
Mucha gente cree todavía en el dirigente del Partido de los Trabajadores (PT) como una persona sencilla, amante de la paz y dispuesta a liderizar un Brasil con liderazgo regional, como un puente entre el norte y el sur y también con una voz propia para buscar una mesa de diálogo entre Ucrania y Rusia.
Sin embargo, al declarar —además con un énfasis no casual— que la culpa del desangramiento en el territorio ucraniano no está en Rusia sino en Estados Unidos (y de alguna manera en la Unión Europea por las sanciones a Moscú) revela el mismo rostro que otros mandatarios aliados de Vladímir Putin. No sorprende que Brasilia fue la primera escala del recorrido de Serguéi Víktorovich Lavrov, antes de los abrazos con los dictadores de Venezuela, Nicaragua y Cuba.
Muchos bolivianos sabemos desde 2010 que el discurso de Lula es en gran parte una impostura. Estuvo directa y tercamente involucrado en la financiación y en la ejecución de la carretera que cortaba en dos el núcleo del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure. En ningún momento censuró la represión a las mujeres originarias que encabezaban la marcha el 2011, como sí se metió en otros asuntos políticos internos.
Las manchas sobre su conducta y sobre el manejo económico del PT no han sido aclaradas, a pesar de los errores judiciales que hubo en la investigación del Lava Jato. Sus expresiones para buscar la venganza también muestran que este septuagenario está lejos de aquel dirigente metalurgista de los años 80. Solamente que, como es “izquierdista” la academia y cierta prensa nunca lo verán en sus fallas humanas.
Solamente la historia podrá evaluar lo que ha significado la ola del socialismo siglo XXI para los países latinoamericanos, qué cambios fueron estructurales, cuánto se avanzó para conseguir un Estado de derecho, un estado de bienestar para la población, un discurso propio, relaciones internacionales oportunas.
Recordemos que Itamarati es, sobre todo desde los años 30 del siglo pasado, un modelo de cancillería, institucionalizada, con personal de carrera y una visión de largo alcance. En duros momentos de la política interna boliviana supo intervenir con prudencia y discreción. Brasil, a diferencia de Argentina o Venezuela, envió generalmente equipos diplomáticos de alto nivel a nuestro país.
Es difícil creer que este ministerio tenga la misma posición emocional y soberbia de Lula frente a la invasión de un imperio contra una nación vecina. Hay preocupación en organizaciones de la sociedad civil por las palabras de Lula. Incluso queda la pregunta flotando: ¿está Lula a favor de Rusia en su invasión a Kiev? ¿Es por su presencia en los BRICS (Brasil, Rusia, India,China y Sudáfrica) que cree de entrada que Crimea debe quedar bajo bandera rusa?
¿Por qué, si quiere buscar una posición de equilibrio no empezó por escuchar a Volodímir Zelenski? ¿Qué es para él la posición de equilibrio? ¿Ésa es una postura equidistante? ¿O es por la dependencia brasileña del comercio con Rusia y con China? Es curioso que tenga una agenda de visitas aparentemente amplia, empezando por Estados Unidos y a la vez diga las palabras a favor del invasor. ¿O no dijo lo que dicen que dijo?
Columnas de LUPE CAJÍAS