El MAS, su gobierno y el oro de los tontos
La predicción del sociólogo Juan Linz se cumplió a cabalidad. Su punzante visión advertía, con un sentido crítico, sobre esas nuevas democracias que corrían el riesgo de desvirtuarse y caer en deterioro, sobre todo, en su esencia, a la hora de probar su aplicabilidad. “La legitimidad le da más energía a la democracia, y la eficacia del régimen contribuye a la legitimación”.
El termómetro de la democracia en Bolivia señala una profunda línea roja que, desde hace mucho, alerta sobre un peligroso retroceso en la forma de ejercer las libertades plenas. Los seudodemócratas han adquirido estrategias que se confunden en la bruma del descaro. Hay un empeño en socavar la democracia relativa, para substituirla por un régimen que, sin duda, pretende ser moldeado a imagen y semejanza del caudillo o del dictador en ciernes.
Entre los regímenes no democráticos, sostiene Juan Linz, “algunos están basados en el poder personal con una lealtad al gobernante que no se deriva de la tradición, la ideología, la misión personal o las cualidades carismáticas, sino de una mezcla de miedo y de recompensas a los colaboradores. El gobernante ejerce el poder sin restricciones, a su propia discreción y, sobre todo, sin verse limitado por normas o compromisos con alguna ideología o sistema de valores. Las normas y pautas de una administración burocrática son constantemente subvertidas por las decisiones personales y arbitrarias del gobernante, que no se siente obligado a justificarlas en términos ideológicos”.
En Bolivia, Evo Morales todavía es el MAS en el interior del Gobierno de Arce Catacora, pero no así en la militancia masiva. Sus huestes y sus “sectores sociales”, han perdido gran influencia y ya no son muros de choque.
Morales, como caudillo, ha ingresado a una de las etapas más críticas de su exfigura totémica. Ha perdido credibilidad, favoritismo, confianza, ética y moral. Entonces se ha hecho más vulnerable. Desde esa posición, todavía conserva una conducta autoritaria y evita ceder el poder de forma voluntaria.
Este es el núcleo desarticulador de la crisis que actualmente enfrenta el MAS. Con Arce Catacora en el poder, hay una aproximación a un régimen híbrido donde las coordenadas de un gobierno democrático se entrelazan con las de uno autoritario. Democradura, dictablanda y casi nada de liberalismo político. Democradura, ese término incómodo acuñado por Boaventura de Sousa, porque desde hace tiempo se ha ingresado a un proceso de control social, una suerte de acaparamiento de las conciencias y voluntades de las que presagiaba con notable preocupación el escritor mexicano Octavo Paz: “El Estado como administrador total de conductas y de acciones”.
Dictablanda, porque se pretende adoptar mecanismos que apacigüen exigencias sociales y económicas justas en circunstancias en las que también coexiste un autoritarismo subyacente y una imposición monolítica.
Casi nada de liberalismo político, considerando que es una filosofía política encaminada a garantizar la libertad del individuo y el poder que reside en el pueblo como constructor de su propio destino democrático.
¿Supone alguna diferencia para el éxito de la transición a la democracia que el nuevo régimen sea presidencial o parlamentario, unitario o federal, unicameral o bicameral? Se pregunta Linz. Y las posibles respuestas las traduce en la experiencia histórica que sugiere que una democracia presidencial crea dificultades específicas en el proceso de redemocratización. Es más probable que el presidencialismo cree una situación de suma cero que el parlamentarismo, al dar considerable poder a un líder individual durante un período fijo de tiempo.
En Bolivia, el sistema presidencial tuvo y tiene condenas varias, desde la concentración de poder en manos del mandamás, hasta la creación de brazos políticos que se encargan de ejecutar trabajos por encargo.
El país, ha ingresado a una etapa en la que se tendrán que definir acciones frente a emociones básicas: miedo y esperanza, como sentenciaba Spinoza.
Arce Catacora no contempla dar paso a una nueva forma de gobierno que no sea el del evomasismo. Aunque existan discrepancias en su interior, esto no alienta para nada, al contrario, preocupa, porque esas discrepancias son de poderío, de quién manda a quién, de quién obedece a quién. Es una ch’ampa guerra de barrio que busca reivindicar al jefe, cada grupo por su lado. Si fuera una pugna en pro de un sistema de gobierno abierto, que promueva los principios de transparencia, integridad, rendición de cuentas y de defensa de la alternancia, de la libertad y de dar paso a un progresismo político, ahí la figura cambiaría por completo y se convertiría en un contienda seria y esperanzadora.
Mientras las confrontaciones sean entre gallitos de pelea de la misma camada, los resultados serán altamente peligrosos y trágicos.
“Estos son mis principios, sino les gusta, tengo otros”, decía Groucho Marx.
El “proceso de cambio” hace aguas desde hace mucho. La corrupción en altos mandos y grupos de poder son de cada día y ya no son escándalos, son anécdotas.
La cultura de masas, impuesta por el masismo, ha narcotizado a gran parte de la sociedad. Ya no importa los millones de dólares esfumados, ni el oro empeñado. La justicia se ha degradado y ahora se vende al mejor postor.
¿Se ha “democratizado” la corrupción?
O la aldea global es muy pequeña, o las ambiciones y la falta de moral del gobierno son muy grandes, en medio está un nuevo desorden político y económico que comparten una común desgracia: una profunda crisis.
Han pasado 15 años de pena y sin gloria y todavía me pregunto sobre el rol mínimo del Estado y la participación máxima del individuo como artífice fundamental del cambio y el avance. No existe tal ecuación. Más aún, el Estado, reformado a imagen y semejanza del mandamás, se ha convertido en la máxima influencia coercitiva de poder fáctico sobre la comunidad que, desde luego, está reflejada en la sociedad civil.
Quienes crean que Estado y Leviatán son instrumentos de dominio en pos de alcanzar la paz y derrotar el mal para que prevalezca el bien, están equivocados de cabo a rabo, pues en esencia, más valdría huir de ese “pacto social” monstruoso y apostar por el bien común, por la autogestión de los individuos en tanto y en cuanto sean parte de una mancomunidad que se fortifique y se engrandezca en la diversidad, la coparticipación y la libertad en propósito de una colectividad, que estar a expensas de un opresor de libertades, un ogro que se traga diariamente los sueños y las esperanzas de sus ciudadanos.
En Latinoamérica, sentenciaba Jorge Luis Borges, es posible que el progreso se logre no cuando lleguen buenos gobiernos, sino cuando los individuos se independicen del gobierno en la mayor medida posible. “Un mínimo Estado y un máximo individuo.” En Bolivia, el progreso llegará, no cuando lleguen buenos gobiernos, sino cuando los individuos se independicen del gobierno masista en la mayor medida posible, mientras tanto su proceso de cambio seguirá siendo una pirita, oro de los tontos.
El autor es comunicador social
Columnas de RUDDY ORELLANA V.