Los estertores del Estado fallido
En este artículo se apuntan apenas algunos fenómenos simplemente superestructurales de un Estado penosamente “arguediano”, refiriendo sucesos cotidianos que nos dejan perplejos sin saber si estamos despiertos o sumergidos en una pesadilla infernal, como cuando individuos desconocidos que dicen ser personeros del Ministerio de Salud irrumpen en las escuelas ingresando en las aulas haciéndoles firmar a inocentes niños un papel en blanco u obligándoles a estampar sus delicadas huellas digitales sin que se sepa qué es o qué destino tendrá ese abusivo acto violatorio de los derechos de la niñez.
Tampoco sabemos si es realidad o un sueño la existencia de un enorme predio militar en la ciudad de Tarija atestado de vehículos baratos y de lujo, indocumentados, sin placas y dícese precintados con el nombre del Ministerio de la Presidencia siendo los hermanos de las organizaciones sociales quienes pueden llevarse a título desconocido cualquiera de estos miles de vehículos según relata en Radio Panamericana la diputada por Tarija Luciana Campero, “propietarios” que no se sabe cómo se proveen de la gasolina subvencionada en los surtidores y que no pagan impuestos en desigualdad con los ciudadanos comunes.
Tampoco sabemos si es una pesadilla del averno el que para brindar un espectáculo al señor presidente, los militares de jerarquía mayor obliguen a jóvenes del Colegio Militar a satisfacerles con el “salto de la muerte” sin adoptar las reglas mínimas de seguridad, estrellándose estrepitosamente sus cuerpos contra el piso quedando posiblemente inutilizados para toda su vida, si es que pueden aún vivir, siguiendo a este maldito espectáculo un “vino de honor” con una insensibilidad que hiere lo más profundo de nuestros sentimientos.
Tampoco sabemos si es una broma o un hecho real serio el que una mujer maltratada por su pareja, acuda a tres periodistas y les suplique que denuncien la violencia sufrida y que publiquen las partes lesionadas de su cuerpo, habiendo los periodistas cumplido su deber exhibiendo las lesiones inferidas cuidando la identidad de la víctima hasta que luego la mujer se arrepintió de su súplica pidiendo que se retire su denuncia pública, situación que dio lugar al incomprensible procesamiento de los periodistas desechándose la jurisdicción competente centrada en la Ley de Imprenta.
El tribunal incompetente dejó paralogizados a todos al acudir en plena audiencia a un robot, al ChatGPT, en busca de respuesta al problema planteado, máquina que en el fondo no es más que un banco de datos digital que ofrece información mecanizada y que desde luego carece de capacidad reflexiva, deliberativa y valorativa, atributos exclusivos del humano y facultades que constituyen el medio insoslayable para dictar una resolución judicial.
Y continuando con lo insólito, el Tribunal en cuestión se jacta de estar “haciendo historia”, poniéndose constitucionalmente a la altura de los avances tecnológicos y que está ejercitando “un globo de ensayo”, es decir, que está experimentando con los derechos y libertades de las personas. Como no creemos en las casualidades tenemos los suficientes elementos de convicción para sostener que este desatino “jurisdiccional” responde al fin de amedrentar a los periodistas para privarse de ejercer la denuncia pública y así matar la libertad de expresión en general.
Si nos martirizáramos más analizando la trituración de la educación, el abandono de la salud, el asesinato de la familia, la triste suerte de los jubilados, el reinado del racismo, la desaparición de valores, la inoculación del odio, el imperio de la ignorancia y la corruptela, el desparramamiento de brutalidad y desorden en las calles, el desvanecimiento del respeto y de la dignidad, el encumbramiento de la sinvergüenzura, la corruptela de los “servidores” públicos, el odio a la cultura, el apoltronamiento de la inseguridad jurídica y financiera, la mentira institucionalizada, la idiotización digital de las nuevas generaciones, y tantas monstruosidades más cursantes en el largo catálogo de la irracionalidad, acaso no tendríamos que llorar ante los estertores de un Estado que quiso ser y no lo fue.
El autor es jurista
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA