Lecturas y olvidos
Mi amigo Osvaldito Parada Achával, célebre y querido personaje cruceño, festejó sus 85 años el pasado domingo 9 de abril, entre su linda familia, parientes, y unos cuantos amigos. Desde luego que yo estaba comprometido a asistir, con varios vejancones de tiempos idos. Sin embargo, mi cabecita me traicionó y me dijo que la reunión era el próximo domingo, el que viene. Si no es por la advertencia de un buen cofrade, habría llegado, sonriente, el 16 de abril, con una botellita de regalo bajo el brazo, interrumpiendo la siesta de Osvaldito y Ñeca, que es sagrada. No sería la primera vez que lo hago. Esto me sucede con inusitada frecuencia desde hace un par de años o más y ya me ha provocado algunos malos ratos. Mi esposa tiembla cuando vamos a algún lugar, y siempre trata de reconfirmar la reunión si he sido yo quien ha recibido la invitación.
Lo que me ocurre con los compromisos sociales se reitera en otros aspectos de la vida, pero lo que más me preocupa es lo que pasa con mis lecturas. Sin haber sido un gran lector, como se supone y como lo hubiera deseado, leí bastante literatura e historia hasta cumplir mis 40, cuando tuve que dedicar mi tiempo más a leer artículos políticos, notas e informes diplomáticos y otros temas que hacían a mi trabajo alternativo cuando cesaba mi oficio en la Cancillería por diferencias políticas con el gobierno de turno.
Haya leído mucho o poco no es mi intención hacer alarde de mis lecturas, sino, todo lo contrario, quejarme de ellas. Resulta que casi en los umbrales de convertirme en octogenario, me pongo a pensar en cuán grande es mi cultura y concluyo en que me ha faltado bastante para llegar a ser suficientemente ilustrado. No deseo inmolarme en un arranque de sinceridad ante quienes me conocen, sino que protesto porque siento que mis neuronas están perdiendo vida.
Ahora bien, esto se debe a algo que me sucede por la edad y que les debe suceder a otros. Puedo recordar perfectamente La Ilíada, o la La Odisea, que leí hace medio siglo o más; puedo recordar El arte de amar o El Satiricón, o a García Márquez y Vargas Llosa de sus primeros años también, pero no podría recordar los argumentos de las novelas de la Nemirovsky o de Sandor Marái, que he leído hace cuatro o cinco años y que me gustaron tanto. ¿Con la edad fallan los recuerdos cuando son nuevos y perduran los viejos? Algunos entendidos dicen que sí, que esa es la naturaleza humana, que así funciona el cerebro. ¡Qué desgracia!
En mi caso, me pregunto muchas veces, ¿por qué leo tantas novelas, si luego me olvido de lo que leí? Y no tengo sino una respuesta: leo porque disfruto mientras estoy leyendo una novela apasionante; gozo el momento de su lectura. ¿Acordarme, después, de lo que he leído? Solo de algo que me haya impresionado mucho. Recordaría, seguramente, todo lo leído, si estuviera en la universidad y debiera rendir un examen. Por algo se ingresa a la universidad a los 20 años y no a los 80.
Debo reconocer que me costó muelas leer El Quijote, pero que lo leí a trancas y barrancas, a marchas forzadas, casi como una obligación, y fue como haber aprobado el más difícil examen literario. Estoy diciendo un sacrilegio, pero esa es la verdad, me costó y quedé admirado y feliz con esa obra monumental, inigualable. Entre los españoles he leído los Episodios Nacionales, de Pérez Galdós y sus novelas que te muestran la España de hace 100 y 200 años. Y leí algo de Juan Ramón Jiménez, Jacinto Benavente, Azorín, Ortega y de otros más, por supuesto. Fuera de Episodios Nacionales, que son temas históricos, no recuerdo mucho del resto. La verdad es que no recuerdo ni los títulos de las obras y eso me produce pena y hasta indignación.
Con los autores nacionales me sucede lo mismo. Se han fijado en mi mente los principales escritores del siglo pasado y, sin embargo, escapan a mi memoria muchos contemporáneos o aquellos muy jóvenes que están produciendo buena literatura actualmente. Entonces está claro que lo que leí en mi juventud quedó plasmado en mí y lo que leo ahora me resulta más difícil de retener. No cabe duda, que, sin estar reblandecido ni chocho, mi vieja cabeza ya no guarda todo lo que quisiera del tiempo presente.
Lo curioso es que olvido la narrativa, las novelas, los cuentos, y sin embargo recuerdo la historia. Puedo olvidar fechas y nombres históricos, naturalmente, pero no los hechos en sí. Olvido lo que leí hace un mes y muchos libros que leí en los últimos años, repito, pero recuerdo bastante mejor la historia universal y la nuestra. Es que la historia se plasma en extensos episodios que tienen una sucesión notable. La historia, al fin y al cabo, es como una maravillosa novela, llena de luchas, crímenes, intrigas, odios y amores, luces y sombras, que se lee en años, que perdura, y que termina siendo parte de uno. Bendita memoria no nos abandones.
El autor es escritor
Columnas de MANFREDO KEMPFF SUÁREZ