Malla curricular
Hoy se ha introducido en la educación la expresión “malla curricular”, cuando simplemente se podía decir como antes “plan de estudios”, aludiendo a la lista de materias que el estudiante debía cursar.
Es que de lo que se trata es de complejizar muchas cosas para introducir engaños, como en este caso en el que se encajan “materias” basura que inclinan a la distorsión de conocimientos y de la moral pública de los educandos. ¿Acaso la ignorancia no es el mejor instrumento de dominación?
En tiempos pasados se contemplaban asignaturas verdaderamente formativas. En mi caso de colegial: instrucción cívica y moral ejercida por el cultísimo Gastón Vilar, que después fue primer secretario ejecutivo del entonces prestigiado Comité Ejecutivo de la Universidad Boliviana (CEUB), desprovisto de prejuicios y mojigaterías, con sus lecciones aprendimos lo que era la política real, sin sectarismos ni menos adoctrinamiento con el pensamiento único.
En geografía, el profesor no se limitaba a agarrar el mapamundi y mostrarnos con su dedo los países, era un hombre que había tenido la oportunidad de recorrer el mundo y que, amena e ilustrativamente, relataba las características de cada país, era todo un goce escucharle y aprender para no olvidar nunca.
En filosofía, al mando de un estricto, estudioso y férreo profesor que tempranamente nos enseñaba lo que era Pavlov y Freud, su fanatismo por la cultura lo condujo a una trampa cuando a los alumnos nos dijo, jamás, ni en la peor de las necesidades se debe robar, salvo en una sola ocasión, cuando de robar un libro para culturizarse se trate y en el intermedio del recreo a un alumno sagaz y burlesco se le había ocurrido robarle un libro que había dejado el profesor sobre la mesa. De vuelta, se quedó paralizado, me parece que recibió una lección por su exagerada admonición. En todo caso era admirable por su versación y severidad. Hubiera tenido que ser todo un bruto aquel al que se le hubiera ocurrido preguntar en clases si éramos hombres o mujeres, o cómo debía hacerse el sexo, hubiera provocado la risa general y este profesor le hubiese obsequiado un reverendo puntapié en el trasero.
En lenguaje, una extraordinaria maestra por donde se la mire, la señorita Derpic que junto a la estrictez de la esencia del lenguaje nos enseñaba ortografía y caligrafía, que hoy ya no sirven.
La profesora de idiomas, mi tía, era todo un lujo, dominaba español, inglés, francés, alemán y quichua, además enseñaba hasta a hablar con propiedad el español.
El de literatura, Luis Ríos Quiroga que tan pronto enseñaba literatura de la antigua Grecia proseguía con dulce lenguaje con cuentos y poemas del incario, cómo olvidar a personajes relatados como ==piqui ñahui, ==cusi kollru, etc., el género modernista poético en Bolivia nunca estaba ausente.
Historia, el profesor Poveda, exponía con tanta pasión crítica que le vibraba todo el cuerpo, el sudor corría por su frente, batía sus brazos como aspas de molino y sus dedos apuntaban a diestra y siniestra, retumbando su voz en el aula. La educación virtual priva de esta impresionante relación física.
Pero además había materias trascendentales, como mecánica, carpintería, forja (herrería), electricidad, debimos aprender a instalar circuitos cerrados y circuitos abiertos mínimamente; dibujo técnico con la implacable regla T, el compás, la escuadra, el borrador número no sé qué tantos al igual que el lápiz junto al limpio e inmaculado papel bond y al mantequilla, todos de arquitectura.
En educación física nos enseñaban a ser hombres de verdad, sin arrodillarnos ante nadie, a diferencia del “servilismo militar”. Si alguna vez el honor obligaba a utilizar la fuerza nos enseñaban a ejercerla.
Hoy nos vienen con majaderías hechas “materias” dirigidas a sumir en la ignorancia a los estudiantes, a dudar de su sexo, a carecer de honores y a tener alma de esclavos idiotizados. Esa es la malla curricular, asqueante y despreciable.
Los padres de familia no pueden permitir que se degenere y embrutezca a sus hijos, tienen el deber de acompañar a los maestros que luchan por una educación digna, seria y provechosa.
El autor es jurista
Columnas de GONZALO PEÑARANDA TAIDA