Amar a Dios, amar al prójimo, amarse a sí mismo
Preocupado por los conflictos no sólo en Santa Cruz, sino en una parte importante de Bolivia luego del pedido del Censo de Población y Vivienda para 2023, por una parte, y a la luz de los inaceptables sucesos -amenazas de asesinato; muertes violentas; enfrentamiento entre civiles o con las fuerzas del orden; amenazas de cerco a ciudades, etc.- a fin de tomar la temperatura de la situación, y una posible solución, hice una consulta a mis amigos de Facebook sobre cómo debía titular la presente columna, bajo estas tres opciones: 1) “¡Ahora sí, guerra civil!”; 2) “El pueblo unido jamás será vencido”, y 3) “Amar a Dios, amar al prójimo, amarse a sí mismo”. Increíblemente, de lejos, ganó la opción 3.
Planteé el primer titular —que me niego a escribirlo otra vez— porque nuevamente se ha estado escuchando en el país la tétrica arenga que se dio en El Alto, en 2019, lo que debe llevar a cuestionarnos si quienes incurren en semejante exabrupto están en su sano juicio, están dopados o tan ideologizados para estar dispuestos a matar a fin de imponer sus consignas. Terrible, porque, de consumarse el hecho, incluso ellos o sus familiares podrían morir en la refriega.
La segunda propuesta de título —“El pueblo unido jamás será vencido”— evoca una canción de protesta del mismo nombre compuesta en 1973 por el músico chileno Sergio Ortega Alvarado con el excepcional grupo Quilapayún, quien la interpreta con un conmovedor mensaje en tono marcial invocando a la unidad y la fraternidad, un pensamiento que, como ocurrió en 2019, circula otra vez con frecuencia por las redes sociales, reclamando igualdad y justicia en el país.
Con relación al título ganador —la tercera opción— confieso que el gran respaldo a su favor no sólo me sorprendió sino que me emocionó pensar que, en medio de la alta polarización actual, si tal apoyo interpreta el sentir de Bolivia, más del 60% se identifica con amar a Dios, amar al prójimo y amarse a sí mismo, sin que esto conlleve, necesariamente, ser religioso.
Me gustó ver que el titular que llama a la suma de esfuerzos y motiva a la hermandad quedó en segundo lugar y que el de la “proclama de la muerte” fue último, demostrando que la sociedad en general —tal vez por su instinto de conservación— no apoya a quienes solamente proponen más dolor para los bolivianos.
Ahora bien, ¿de dónde salió aquello de “Amar a Dios, amar al prójimo, amarse a sí mismo”? Cuentan las Escrituras que ciertos religiosos le preguntaron al Maestro cuál era el primer gran mandamiento, a lo que Él respondió: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Éste es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Muchos dicen que aman, pero… ¡cuán diferente es amar como Dios manda!
A diferencia del amor natural, que lo condiciona todo —te doy, pero me das; espero que me des, para darte— el amar a Dios implica obedecer sus preceptos por nuestro propio bien; un amor sin reservas, que subordina a Él, las emociones, los sentimientos, la voluntad, el intelecto y el cuerpo, en un amor incondicional; un amor que es manifiesto: quien dice amar a Dios pero no ama a su prójimo es un mentiroso y no conoce a Dios, porque Dios es amor. De ahí el cuestionamiento para quien, teniendo la posibilidad de ayudar y viendo a su hermano sufrir necesidad, cierra contra él su corazón: “¿Cómo mora el amor de Dios en él?” Debemos amar, pero ¡no sólo de palabra, sino de hecho y en verdad!
Finalmente, está el “amarse a sí mismo”, que podría derivar en egoísmo, si no se entiende esta máxima, como se debe. Amarse a sí mismo es aceptarse y cuidarse; no contaminarse ni hacerse daño; no creerse más de lo que uno es y no endiosarse, sabiendo que Dios resiste al soberbio y da gracia al humilde, y que, antes del quebranto, es la soberbia y antes de la caída, la altivez de espíritu.
El ciudadano de a pie quiere paz, no confrontación, quiere vivir en armonía, algo imposible de hacer, sin que medie el amor. Antes de partir de este mundo, luego de haber resucitado, dijo Jesús: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado”. No hablaba de un amor cualquiera, más bien de un amor hasta el sumo sacrificio —el propio—, no el del otro, porque el pueblo creyente sabe que escrito está: “No matarás”.
Dios no quiere que nos matemos unos a otros, sino que, respetando nuestras diferencias, nos amemos unos a otros. ¿Y si lo intentamos?