El Cerco de Boquerón III: “su caída conmovió hasta los cimientos del país”
Recién el 20 de septiembre, Quintanilla y Toro admiten la dura realidad que se vive en el frente de batalla, aunque salvando responsabilidades y, más bien, endosándolas al Estado Mayor General: “Necesidades nuestras tropas pudieron apreciarse por reiterados pedidos hicimos Esmayoral y etapas sin que hubiésemos conseguido ser atendidos con la oportunidad debida… Este Comando hace hasta lo imposible para remediar innumerables deficiencias todo orden preséntanse a diario con sólo recursos escasos disponibles con que cuenta y con criterio resguardar honor Ejército ante país. Si Esmayoral no está conforme con labor este Comando, pedimos nuestro relevo, convencidos honor país exige dura prueba medidas radicales.- (Fdo.) Gral. Quintanilla” (Alvéstegui, Salamanca. T.4:87).
Leyendo el anterior cablegrama no se puede entender cómo esos oficiales se animaban a proponer, apenas pocos días atrás, acciones de ataque y contraataque más allá de lo que estaban dispuestos a autorizar desde La Paz, apelando incluso al riesgo de “deprimir” a la tropa, en caso de inacción.
Al fin, el Comando en el Chaco reacciona y el día 23 se ordena a Peña que haga un último esfuerzo para introducir víveres y municiones al fortín; y, en caso de no lograrlo, disponer su abandono. Por dos días, se intenta infructuosamente romper el cerco paraguayo, que es completo, haciendo también imposible garantizar apoyo para la salida de los sitiados.
Acicateado por las voces que piden su destitución, el general Osorio viaja el 24 al Chaco, sin informar al Presidente; le acompaña el expresidente Ismael Montes. Ya en el fortín Arce, sede de la Cuarta División, los recién llegados son informados por Peña de la situación desesperada que sufrían en Boquerón y ante la actitud dubitativa de Osorio es Montes quien sugiere que se envíe un mensaje en avión ordenando la desocupación del fortín, la que es aceptada por los entonces presentes en el Comando. Sin embargo, cuando estos militares retornan a Muñoz con la orden redactada y lista para ser entregada al piloto de la aeronave, se encuentran que en ese lugar los aguardan los generales Carlos Blanco Galindo, Óscar Mariaca Pando, Julio Sanjinés, José Lanza y Carlos Quintanilla, que inmediatamente forman un “consejo de generales”, que toma la decisión de dejar en suspenso la orden de evacuación y, más bien, sobrevolar el fortín para conocer la real situación; pero, por razones de seguridad, el vuelo se efectúa a gran altura y casi nada pueden apreciar.
Aunque no se conoce la opinión de Quintanilla —que debió ser el que lleve la voz cantante, como comandante de las fuerzas que luchaban en el frente— el resultado concreto de esa reunión es solicitar a Marzana que se sostenga diez días más, mientras se espera el resultado de las negociaciones de los Neutrales para establecer un armisticio o se reúnan en Arce tropas suficientes para romper el cerco.
Para frustración de los generales y tremenda desazón de la ciudadanía boliviana, el fortín Boquerón no pudo resistir el tiempo estipulado, pues por falta absoluta de municiones y víveres cayó en manos paraguayas el 29 de septiembre, el mismo día en que el jefe de Estado Mayor General enviaba a La Paz el informe de lo acordado en el encuentro de generales en Muñoz celebrado cinco días antes.
Debe resaltarse que los conciliábulos, las órdenes y contraórdenes, así como la resolución definitiva sobre el sostenerse en Boquerón, fueron realizados y aprobados sin consultar ni una sola vez con el Capitán General del Ejército.
La caída en manos paraguayas del emblemático fortín ocasionó el cruel despertar de Bolivia a la realidad de una contienda que muchos la daban por fácilmente ganable, acabando así con la errada idea sobre el real potencial de nuestro ejército y la supuesta inferioridad del enemigo. Pero sus consecuencias no quedaron ahí; la pérdida de Boquerón tuvo profundas repercusiones, como si de un terremoto moral se tratara, cuyas ondas expansivas se sintieron hasta el fin mismo de la contienda con el Paraguay. Como indica un historiador: “La caída de Boquerón no produjo el derrumbamiento del gobierno de Salamanca, como muchos esperaban, pero en cambio conmovió hasta sus cimientos la relación entre civiles y militares en el país del Altiplano” (Zook, La conducción de la guerra del Chaco: 148).
En ese momento tan delicado para el devenir patrio, llama la atención el desgraciado contraste que se aprecia en la acción de los políticos en los países contendientes. Mientras Salamanca enfrenta una intransigente oposición, sin avenirse a razones para unir las fuerzas opositoras a las del gobierno y enfrentar juntos la amenaza externa, en el Paraguay los partidos políticos no dudan en dar su unánime y firme respaldo al presidente Ayala en la conducción política, militar y diplomática de su patria en guerra; asimismo, el ejército mantiene siempre un respeto absoluto a la línea de mando, que empieza en el primer mandatario de esa nación. Por su parte, los mandos militares bolivianos, urgidos de justificar sus desaciertos, no dudan en achacar al Poder Ejecutivo la responsabilidad por su fracaso, que prevalecerá y se hará más notoria conforme pasan los meses de la contienda bélica. Comenzando con un intento de levantamiento a principios de octubre y culminando con el Corralito de Villamontes, esas actitudes se mantuvieron hasta prácticamente el fin de la guerra.
Columnas de RAÚL RIVERO ADRIÁZOLA