El Cerco de Boquerón I: “Boquerón es inexpugnable”
Luego de las represalias por la pérdida de la laguna Pitiantuta -bautizada “Chuquisaca”, por las tropas bolivianas que se hicieron de ella en junio de 1932-, la primera prueba a la que se vería sometido el ejército de Bolivia fue el cerco del fortín paraguayo Boquerón, arrebatado a fines de julio a su rival del sudeste. Empero, su defensa, antes y durante el cerco, nuevamente puso en evidencia las disensiones entre los mandos militares con el capitán general del ejército. Esas diferencias se arrastraban desde el golpe de junio de 1930, que acabó con el sueño prorroguista de Hernando Siles, dividiendo irremisiblemente al ejército, arrastrando ese mal en el seno del nuevo gobierno democrático encabezado por Daniel Salamanca, que asumió como presidente de Bolivia en marzo de 1931.
Como bien se anota: “Boquerón adquirió inmediatamente la significación de un objetivo militar de importancia capital, sin que exista, empero, un motivo capaz de justificar tal particularidad” (Alvéstegui, Salamanca. T.4:76). Paraguay hizo cuestión de honra nacional el recuperar ese fortín; entretanto, Bolivia replicó asumiendo su conservación a cualquier precio.
Fracasados los empeños de los países mediadores por llevar el conflicto del Chaco a la mesa de negociaciones, parecía que el único escenario para dirimir la posesión de ese territorio era el de las armas.
Confiado en los trabajos de fortificación encomendados al mayor Germán Jordán -los que posteriormente se mostraron útiles para el sostén del menguado grupo de defensores del fortín-, el comandante de las tropas asentadas en el Chaco, general Carlos Quintanilla, muy ufano, afirmó que el recinto era “casi inexpugnable”. Empero, fue el presidente Salamanca el primero en apreciar que su exitoso sostén no sólo dependía de la calidad de esos trabajos y el valor de sus defensores, sino que, y en mayor medida, de las tareas a ejecutarse para mantener expedita la comunicación con los otros puestos militares, distribuyendo para ello tropas, transportes y vituallas en los alrededores, como recomienda en su cifrado 1572, despachado al Estado Mayor General el 14 de agosto, fecha temprana y suficiente para tomar esos recaudos. Al retransmitir ese cifrado al comando en el Chaco, el general Filiberto Osorio, en el afán de deslindar su criterio del expresado por el presidente, añade al final del mismo la siguiente advertencia: “Esta es apreciación de Presrepública”, quitándole así el respaldo de la jerarquía militar a tan atinada sugerencia, por lo que ni Quintanilla ni su jefe de estado mayor, David Toro, la toman en cuenta.
La inminencia del ataque a Boquerón se ve reforzada por informes recibidos de agentes bolivianos en el exterior, por lo que Salamanca pide concentrar en ese sector el grueso de las fuerzas humanas y materiales disponibles. Empero, Quintanilla, respaldado por Toro, disiente, afirmando que ese fortín sería objetivo secundario para los paraguayos y, más bien, solicita autorización para atacar Nanawa-Ayala e, incluso, Isla Poi, centro de aprovisionamiento del ejército enemigo, amenazando con renunciar si no se autorizaban esos ataques y advirtiendo, además, que tal negativa ocasionaría una “depresión moral” en las tropas. Visto lo que pasó después, son inentendibles los planes del comando en el Chaco, por insuficiencia de hombres y materiales, algo que sería fácil de apreciar para cualquier oficial con formación de Estado Mayor, de la que, lamentablemente, carecieron nuestros mandos en la guerra.
Aunque el presidente desecha esas amenazas e insiste en concentrar fuerzas alrededor de Boquerón, Osorio, mostrando absoluta ignorancia de lo que pasa en la zona de conflicto, autoriza el 8 de septiembre atacar Isla Poi “con toda la potencia que requiere”. Empero, al día siguiente, el enemigo comienza su ofensiva contra Boquerón.
Los primeros partes son optimistas, afirmándose que se ha rechazado exitosamente el ataque y que la ofensiva paraguaya habría acabado en rotundo desastre. Tan seguros están de ello Quintanilla y Toro que, el día 10, además de enviar a La Paz un parte afirmando que se persigue al enemigo en desbandada, declara que “pueblo y gobierno paraguayos viven completamente engañados respecto a condición y eficiencia de su ejército y valor sus tropas que huyen en incontenible fuga” (La Razón, septiembre 11 de 1932:2), muestran desconocer el número real de atacantes enemigos y sobrestiman la capacidad de desplazamiento de los propios, por lo que informan que ya están preparando la ofensiva hasta Isla Poi, contándose con efectivos suficientes para ello.
En declaraciones a la prensa, Quintanilla recalca con firmeza que “Boquerón es inexpugnable” y que el derrotado comando paraguayo estaría viendo la manera de “preparar el ánimo de su gobierno y de su pueblo” para dar la noticia de su derrota. Sin embargo, la realidad es otra; una semana después de iniciado el cerco enemigo con más de dos mil efectivos, el ataque no solamente no merma, sino que las posibilidades de auxiliar a los sitiados al mando del mayor Marzana, cuyo número no pasa de 650 hombres, son cada vez menores.
Columnas de RAÚL RIVERO ADRIÁZOLA