Industrializar no solo el litio
El artículo de E. Ruiz Bonilla y M. Ruiz Botello: El litio del Salar de Uyuni publicado en El Diario, es acertado. Dicen esos autores que hay entre “5,4 a 9 millones de toneladas de litio, además de millones de toneladas de potasio, magnesio, boro y otros”. Abogan por la industrialización del litio y otros metales y metaloides que existen en Uyuni, Potosí, Bolivia, zona andina que ha dado que hacer desde 1525, cuando Sebastián Caboto vio a gente con adornos de plata que dijeron provenían de “río arriba,” de ahí lo de “Río de la Plata;” y cuando Francisco Pizarro, en 1542, desembarcó en las cercanías de Tumbes. La ensoñación del argentum (o plata) que en latín significa “brillante” o “blanco,” no solamente dio nombre a un río que se lo creyó mar, sino que dio nombre a un país con vínculos históricos con Bolivia.
El prodigioso Cerro Rico de Potosí no solamente financió la revolución industrial europea y enriqueció durante siglos a miles de afortunados y oportunistas de toda laya, sino que se viste geográficamente de novio para darnos, a manera de obsequio exclusivo, la novia de velo prístinamente blanco que es la riqueza del Salar de Uyuni, su esbelta vecina. El astronauta estadounidense Neil A. Armstrong, el primer humano que –el 20 de julio de 1969 – puso el pie en la Luna, apreció el Salar estéticamente desde el espacio y luego lo visitó y admiró.
Los autores Ruiz Bonilla y Ruiz Botello tienen razón como no la tuvieron los que expandieron por décadas la explotación del estaño, que lo exportaron como mineral sin ni siquiera intuir cómo añadirle valor industrial cuando la demanda de partes de motores y cañones era ingente. Ni al liderazgo de la Revolución del 9 de abril, 1952, se le ocurrió industrializar los metales, aspecto que décadas después les sacó los ojos y gestó los problemas de hoy. Los españoles en el siglo XVI, en la Casa de la Moneda de Potosí, acuñaban el thaler, tálero, (de donde deriva dólar) la moneda de los Hapsburgos de Felipe II. O sea que añadían valor a la plata. De la mina San Cristóbal, y otras, se sigue extrayendo mineral sin ni siquiera hablar de industrializarlo.
El litio es alcalino, blanco plateado, blando, dúctil y muy ligero, se corroe con el aire y no existe en estado libre en la naturaleza, sino solamente en compuestos; se utiliza en la fabricación de acero, esmaltes, lubricantes y, el carbonato de litio, en medicina. EEUU tiene una mina de litio en Nevada, Chile y Australia son los mayores productores, seguidos de Argentina. La producción mundial aumentó en un 6% en 2019.
Por supuesto que al litio del salar de Uyuni y/o al hierro del Mutún o cualquier otro insumo extraído de la tierra hoy tiene que añadírsele valor. Hay que exportarlos como productos industrializados o semiindustrializados ¡en el país! Esa es la forma de agregar valor a nuestros minerales en un 400 y 500% o más por tonelada. Lo mismo si encontramos gas o petróleo, urge hacer industria que nos dé derivados que reemplacen el plástico que se ha convertido en un contaminante pernicioso. Los generadores eólicos y solares de energía requieren de insumos que tenemos, y de técnicos que también vamos teniendo y que hoy buscan emigrar porque el subdesarrollo de Bolivia es endémico.
Argentina, Bolivia, Chile y Perú, países de tradición minera, deben conformar una institución regional que se dedique a industrializar los minerales que ahora exportan a precios señalados por otros, sin valor añadido. Ya es tiempo de sujetar el toro del subdesarrollo por los cuernos y dejarnos de tanta politiquería.
El autor es miembro de número de la Academia Boliviana de la Lengua, jvordenes.wordpress.com
Columnas de JORGE V. ORDENES-LAVADENZ