¿Misión en la vida?
Sí. Todo ser humano debería cumplir una misión en el curso de su vida, como manera de justificar y darle contenido a su existencia.
¿Qué estás haciendo que te diferencia del resto de animales? ¿Sólo naces, creces, te reproduces y esperas la muerte? ¿Cuál es el legado que estás dejando a la sociedad donde te encuentras?
Hablo de un reto personal por asumir, considerando que lo que ocurre –en este momento– en gran parte del mundo, nos interpela en nuestra esencia. ¿Seguiremos diciendo que estamos bien y que las crisis que azotan a nuestros pueblos es asunto de los demás y que la solución debe provenir únicamente de la barita mágica de los políticos y gobernantes? ¿Qué estamos esperando que ocurra para empezar a repensar y replantear los planos en los que estamos fallando como humanos?
Insisto, pero esta vez de otro modo. Pregúnteles a sus hijos o sobrinos si creen que el país que les estás heredando es lo que ellos se merecen. Claro que para tener una respuesta que sume, debe estar esforzándose –también– en dar buenos hijos a esta sociedad.
Por eso los invito a, sin dejar de tenerlos como prioridad, salirse –aunque sea por un tiempo corto– de su cómoda esfera personal y núcleo familiar y, con espíritu autocrítico y constructivo, definir y empezar a desarrollar acciones que influyan socialmente en los ámbitos en los que se desenvuelven, en la perspectiva de rescatar valores y principios que hacen a una vida con justicia y equidad.
Hay dos etapas propicias, para este buen propósito, la juventud y adultez. La bondad de los años, sumado a la inquieta creatividad, lucha y compromiso por un lado y por el otro el aprendizaje y la experiencia, la seguridad y el horizonte claro, al servicio de este propósito; es algo que nos falta explotar.
No concuerdo con quienes creen que es necesario llegar a la vejez para tener claridad (le llaman sabiduría) sobre lo que nos conviene como personas y sociedad. Son falsos preconceptos que nos llevan a postergar lo importante, nos mantienen anclados en el tiempo y sin aportar socialmente.
En esta línea, los objetivos y metas personales también deberían ser sociales y consustanciales a la existencia humana y no como ocurre hoy. El divorcio de los intereses, personal y familiar de lo que le conviene a la colectividad, nos tiene enfrentados y en proceso de autodestrucción.
Necesitamos despojarnos del egoísmo, que es el hermano mayor del individualismo, porque envilece el alma y la envenena. Éste, lleva al ser humano a perpetrar aberraciones y atrocidades como torcer el Derecho, perseguir y arrebatarle la vida al prójimo, mentir calculada e impulsivamente, instrumentalizar a los más débiles, olvidar compromisos y responsabilidades, e incluso ir contra los hermanos y los padres.
Necesitamos países de ciudadanos. Nos referimos a personas que no caminan a la deriva sino que tienen metas y objetivos personales pero también sociales, que aportan y construyen, que ayudan al más vulnerable sin esperar nada a cambio, que tienen cultura del trabajo y del servicio y que transitan en la vida enseñando los valores justicia y equidad y –algo muy importante– sin odios ni resentimientos.
Mientras no comprendamos que el ser humano adquiere la condición de tal, sólo cuando comparte, nuestros problemas y enfrentamientos, como sociedad, irán en aumento. Está demostrado. Nos estamos quedando (los humanos) sin esencia, sin alma.
Debe ser un propósito de la vida cumplir una misión. Por eso, aprender a compartir y no ser egoísta y angurriento es parte central de ese fin humano.
El autor es abogado
Columnas de EDDIE CÓNDOR CHUQUIRUNA