Gracias
Cochabamba. A estas alturas, andamos cansados de saber que reptamos entre las cloacas abiertas en que convertimos a los ríos, canales y vertientes. Estamos aburridos de conocer que siguen loteando el Parque Tunari y rifando el cerro San Pedro. Refrendamos el deterioro de las pocas lagunas que le queda a esta tierra bautizada en su nombre. Padecemos las secuelas del vergonzoso título de ser una de las ciudades más contaminadas en América Latina. Nos hallamos ahítos de evidenciar cómo la gestión pública suele ser cuna de rateros, corruptos y fantoches cuyo móvil es usufructuar lo que se pueda en sus cinco minutos de poder, aunque aquello signifique enclavarnos en un entorno de ordenamiento urbano insostenible y caótico, atestados de irracional cantidad de motorizados, mugre y cemento. Sin contar que hasta el hastío se burlan en nuestra cara con “obras” que sobresalen por su impecable planificación, irrefutable utilidad e inofensivo impacto ambiental.
Y, en semejante coyuntura, ¿nos atrevemos a poner la cereza en la torta y desatar las fútiles “costumbres” pirómanas de San Juan y afines?
Se comprende que por traumas históricos vivamos habituados al maltrato, a la estafa, a la humillación constante. Igualmente, nuestra historia está plagada de esa propensión colectiva de cegarse en envidia y codicia provinciana, y resguardar únicamente el inmediato y mezquino beneficio particular, así se joda a los demás.
En el caso de Cochabamba las consecuencias de ello gritan (una vez más, a ver si así entra): Ríos trastocados en vertederos y cloacas por vecinos, industrias, desidia pública. Lagunas moribundas sometidas al lucro, tomadas en “patrióticos” comodatos y escenarios de espectáculos demagógicos. Áreas protegidas y patrimonios naturales permanentemente acorralados por la usura loteadora, la depredación y el enriquecimiento de unos cuantos. Espacios públicos en los que ni se puede colocar una reja, un banco, un basurero sin que sean robados y/o destruidos. Un gremio de transportistas que no sólo se caracteriza por la grosería cotidiana en el trato al usuario, sino que tozudamente frena la “evolución” a sistemas de locomoción menos contaminantes y más eficientes. Administraciones públicas viciadas y corruptas hasta el tuétano.
¿Qué mayor y desoladora demostración de que somos desconsiderados, hostiles, nocivos, violentos con todo lo que esté fuera del alcance de roñosos intereses particulares o personales, de nuestra mísera nariz cortoplacista?
En tal situación, “jugar” a la piromanía haciendo fogatas y regando pólvora de manera masiva, responde a la lógica de lo descrito líneas arriba: Es mezquindad, egoísmo, agresión e inconciencia perpetuada sin reparo, ni vergüenza. No importa si es San Juan, Año Nuevo, Año Nuevo “Andino”, “primeros viernes”, etc. En las actuales condiciones ambientales de Cochabamba, ¿esas “costumbres” y “diversión” no son acaso un ultraje, un prototipo de insensata, alienante y suicida miopía?
Este último San Juan, el chiste nos ha costado numerosos incendios, incluyendo (para variar) al Parque Tunari que tiene la mala fortuna de encontrarse demasiado cerca de un contexto social enfermo. ¿Qué hay de la contaminación que se incrementó en niveles alarmantes? ¿No es para llorar el salir a las calles y no lograr atisbar el horizonte, ni las montañas, ni siquiera los caseríos un poquito más lejanos, debido a la lúgubre nube de humareda que congestiona los pulmones, opaca la piel, revuelve el estómago?
He ahí una muestra más de la alentadora noción de bien común y de convivencia respetuosa que nos gastamos. He ahí, cubierta de un manto gris y pestilente. Gracias Cochabamba.
La autora es socióloga.
Columnas de ROCÍO ESTREMADOIRO RIOJA