Nueva muestra de barbarie
A la recurrente práctica de linchamiento en el país, se agrega un agravante: convertir el crimen en un espectáculo público, sin suficiente presencia estatal para garantizar el imperio de la ley
En San Julián, región ubicada en Santa Cruz, ha sido linchado, el pasado lunes, un adulto del que se presumía que habría asesinado a una persona. El relato de los hechos sigue una secuencia criminal: el sindicado fue arrestado por la Policía y trasladado a la cárcel del pueblo, junto a tres presuntos cómplices. Luego, los cuatro asistieron a una audiencia ante el juez cautelar y, a su conclusión, fueron conducidos nuevamente a la celda.
Fue entonces que se organizó la turbamulta que, excitada, sacó de la cárcel al presunto asesino para conducirlo a la plaza principal en medio de una feroz golpiza. En la plaza le echaron gasolina para quemarlo y lo colgaron, provocando su muerte (uno de los cómplices fue herido, pero logró escabullirse).
A continuación, la turbamulta enardecida pretendió agredir a los efectivos policiales ahí destinados y al fiscal, que tuvieron que huir del lugar y replegarse a un pueblo vecino para salvaguardar sus vidas.
En el salvaje linchamiento estuvieron presentes jóvenes y niños, hombres y mujeres, que asistían como espectadores.
Es pertinente este recordatorio porque no se trata de un crimen sin antecedentes. Hace unos meses en Villa Tunari sucedió algo parecido, cuando se linchó en un estadio deportivo a una persona acusada de robo y ante la presencia de pobladores de todas las edades. Es decir, a la recurrente práctica de linchamiento que se registra en varias regiones del país, se agrega una agravante: convertir el crimen en un espectáculo público, sin que haya la suficiente presencia estatal para garantizar el imperio de la ley y el trabajo de las instituciones creadas para el efecto.
Se trata de fenómenos que además de ser atendidos en el plano penal —identificación de los autores ideológicos y materiales, su procesamiento y debida sanción—, debe provocar una reflexión profunda en el Estado y en la sociedad, a partir de indagar sobre cuáles son las razones profundas que permiten que la gente, que normalmente es pacífica, pueda proceder ante algunos estímulos en la forma salvaje con que actuó en los casos mencionados.
El desafío es no caer en simplificaciones obvias, en la tentación aprovechar actos bárbaros como estos para incrementar penas, que tampoco soluciona nada, como se ha demostrado históricamente ni en la búsqueda de fácil protagonismo, porque el fenómeno trasciende el momento.
Sólo de esa manera se podrá enfrentar con posibilidad de éxito esta bárbara forma de aplicar justicia que, además, esconde intereses, generalmente de carácter delincuencial.
En ese contexto, habrá que convencerse de que, además de las causas estructurales que se puedan encontrar para explicar esos comportamientos, sin una sólida educación no habrá cimiento para poder rectificar conductas. Es fundamental que en la familia, en la escuela y en la convivencia cotidiana se combata toda forma de violencia y se opte por la construcción de una cultura de paz que se base en el diálogo y el respeto.
Se trata, sin duda, de un desafío de magnitud, que debemos recogerlo todos…